Obtuve un préstamo para comprar un carro, mi vida se volcó al monótono trabajo diario, ya no era el mismo muchacho entusiasmado por la filosofía. Geoisie se fue a estudiar artes visuales a Cuba, Karibische regresó a Bluefields a ayudar en la empresa de su padre y yo volví con Colline y estábamos viviendo juntos. Había un disonancia entre nosotros que no sé cómo sobrevivía esa relación. Se graduó de sociología pero no le fue muy bien en la búsqueda de trabajo así que se unió a nosotros al trabajo de call centers. La vida era como un ascensor con todo y la bosa nova que se escucha cuando se abren las puertas y empieza a subir o bajar. Un asqueroso bochorno me sacudía en abril, había algo en mi sistema que para esas fechas expedía un fétido hedor de mis axilas, siempre era en abril. Me sucedía ese fenómeno, y adem&aacu
Como siempre, echados en los sillones, cada uno sumergido en la lectura y fumando hasta crear una espesa niebla en la habitación perfumada a casino, Amelia tenía como meta leerse todas las obras de Julio Verne, ya había leído Veinte mil leguas de viaje en un submarino, Viaje al centro de la tierra, y Cinco semanas en globo; Colline leía Los miserables; y yo leía Crimen y Castigo. Este era nuestro ritual, o podría decirse, nuestro club de lectura en la casa de la colonia Villa Tiscapa. Jamás vimos televisión o al menos que yo recuerde porque no teníamos un televisor. Al terminar de leer, cruzábamos las miradas y permanecíamos en silencio para escuchar el rugido de nuestros estómagos hambrientos, nos tirábamos una carcajada y planeábamos la cena, las bocanadas de h
Karibische estaba en Managua. Nos propuso ir a ver peleas de gallos por el puente La Morita, allá por Carretera a Masaya. Nos alistamos y fuimos a la tal pelea de gallos, llegamos y empezamos a buscar asiento entre las tablas que formaban un círculo y en el centro estaba la arena de pelea. Comenzó la primera pelea y uno de los furiosos entrenadores soltó —Dale hijueputa, dale—. El otro gallo que tenía una navaja entre las garras le cortó el cuello al otro y este quedó tendido en el suelo, sonó la campana y el árbitro dio por ganador al gallo que le cortó la garganta al otro. El pobre gallo seguía vivo y lanzaba chorros de sangre a la arena. Se acercó el entrenador y le dio una brutal patada gritando —¡Gallo hijueputa!—. Colline estaba estupefacta desde el principio. Dijo que cómo era posible que permitieran tal atrocidad y barbarie, le dije que se relajara pero a mí también me impresionó la reacción del entrenador con su gallo a darle una salvaje patada y todavía reclamarle por habe