Capítulo 128

La conferencia había terminado hacía horas, pero el eco de los flashes todavía latía en la cabeza de Emma. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver la sala llena de periodistas, podía escuchar su propia voz quebrándose en el micrófono y, sobre todo, podía revivir el momento en que Alejandro la había tomado de la mano frente a todos y había pronunciado aquellas palabras: “Ella es la mujer que amo”.

No importaba cuánto caos la rodeara; esa declaración la sostenía como un faro en medio de la tormenta.

Sin embargo, esa noche, mientras la ciudad se adormecía bajo un cielo turbio, la calma era imposible. Emma estaba en la habitación que compartía con Alejandro, sentada en la cama con las rodillas recogidas contra el pecho. Miraba fijamente el reloj que él le había regalado, el de su padre, y sentía que el tiempo pesaba más de lo que podía cargar.

Alejandro salió del baño, con el cabello húmedo y la camisa desabrochada en el cuello. Al verla encogida, se detuvo en seco.

—Sigues pensando en l
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