★Arturth
El bosque se abría ante nosotros como un mar oscuro y hostil. Las ramas retorcidas parecían arañar el cielo, y una neblina espesa se arrastraba por el suelo, ocultando las raíces y las piedras traicioneras. Cada paso nos adentraba más en aquel lugar que la mayoría de los hombres preferiría evitar. Pero nosotros no éramos hombres comunes.
—Estamos cerca —gruñó Leónidas, con su voz grave resonando como un tambor en medio de la bruma—. Puedo oler su magia podrida.
El aire estaba saturado de un hedor a sangre seca y hierbas quemadas. Lo sentía clavándose en mi garganta como un recordatorio de que lo que nos esperaba no era un simple combate, sino una masacre inevitable.
—Mantengan la formación —ordené, alzando la mano para que mis brujos cerraran el círculo—. Los renegados son traicioneros.
Uno de mis hombres, un joven llamado Kael, tragó saliva con nerviosismo.
—¿Cuántos crees que sean, mi rey?
—Los suficientes para matarnos… si les damos la oportunidad —respondí sin suavizar mi