El botones golpeó con suavidad y fue cuestión de un minuto para que la puerta se abriera y el sujeto de sus fantasías se recostara en el vano. Su presencia le produjo escalofríos de expectativa. Era la imagen distendida y casual de un hombre de negocios en
reposo, la camisa semi desprendida con las mangas dobladas dejando ver sus antebrazos, un jean oscuro que se colgaba a sus caderas, descalzo.
Se atragantó y agradeció no haberse servido café, porque lo hubiera esparcido por toda la salita. Su confusión fue muy evidente, pues la sonrisa que le dirigió no ocultó un dejo sádico. Lado perverso que dejó traslucir cuando, dirigiéndose al joven que la había guiado, preguntó sobre la temperatura del ascensor. El muchacho pareció nervioso y la miró, probablemente pensando que Kaleb le hacía una reprimenda por no haber pedido su gabardina, y se acercó a hacerlo.
—¿La ayudo con su abrigo, señorita?
Ella discretamente negó, sin emitir palabra, sonriendo, pero taladrando a Kaleb con sus ojos. Él