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CAPITULO 19 Ella convocaba sus instintos

Dedicar toda una semana de su tiempo a Kelly implicó cargar parte de su trabajo en los hombros de su hermano Jace, dado que no podía pedir más a Milo. Este, CEO de la empresa y un hombre siempre ocupado, había ido delegando para poder atender a su esposa y su hija y no tenía intenciones de molestarlo.

El hecho casi inédito de que se tomara tiempo fuera de la empresa despertó la curiosidad de Jace, por supuesto, lo que se evidenció en cuestionamientos que no satisfizo, para fastidio de aquel. Lo que generó probablemente mayor curiosidad. Al menos le dio algo extra en qué pensar, lo que no le venía mal al malhumorado, demasiado serio y poco dado a la diversión Jace Monahan.

Quería mantener en reserva sus intenciones con la bella pastelera. No es que fuera dado a gritar al viento sus conquistas, aunque los que lo rodeaban tendían a pensar que eran extensas y poco duraderas, en parte debido a su actitud cínica y prescindente.

No había habido otra mujer como Kelly antes, una que tocara su fibra íntima o el deseo de saber más de ella, investigar. Una que le generara tal entusiasmo y algo que, para su desconcierto, podía calificarse como ternura.

Ella convocaba sus instintos, pero también su paciencia. Compartir su tiempo esa semana le dio acceso a mucha información. Una parte era técnica y le permitiría esbozar un plan de marketing. En verdad no representaba mayor desafío y lo podía hacer con los ojos cerrados, incluso no había sido estrictamente necesario permanecer en el local.

Lo eligió así y no se arrepentía porque había podido verla en su ambiente y disfrutar la alegría que le producía trabajar y conectar con sus clientes, muchos ya regulares y creciendo, por otro lado. La naturalidad, lo descontracturado de estar allí y observarla había sido poderoso en su simplicidad. Había reforzado su estrategia de conquista. Demoraría la planificación lo que fuera necesario para lograr lo que quería con ella. Muchos hombres de estatus y acostumbrados al juego de la seducción de las altas esferas no se recrearían al ver a una mujer en su espacio natural de trabajo, viendo lo que podía calificarse como su lado menos atractivo por la falta de adornos o maquillaje, algo que podía desestimular la lujuria.

No obstante, había pasado todo lo contrario. Kaleb disfrutó de la visión de la mujer con el cabello atado que dejaba ver la deliciosa línea de su cuello, llamando a su boca. El uniforme apenas sugería, pero su actividad febril en la mesada o en el horno tensaba la tela y su maravillosa retaguardia se recortaba orgullosa. Sus labios, que ella mordía cada tanto, mientras se concentraba en una

cobertura o sorbían en una prueba de sabor, eran tentadores y parecían invocar los más perversos pensamientos. Cada vez que la miraba su cuerpo parecía llamarlo y su miembro se tensaba en sus jeans, lo que ella notó, porque la vio dirigir miradas de soslayo a su pelvis, y esto lo excitó aún más.

Kaleb era detallista por naturaleza y al fin de la semana estaba seguro de que Kelly había pasado de ser la observadora neutral y algo nerviosa de su físico a una mujer que lo deseaba. Leía eso sin dudas en su postura, en la manera en que se tensaba si se acercaba y la rozaba, cosa que hizo descaradamente y mucho. Ella parecía dejar de respirar cuando se inclinaba sobre su hombro para mirar que hacía y comentar algo. No dudó en provocarla y ponerla incómoda, porque intuía que cada gesto pavimentaba el deseo de ambos y la llevaría a su cama. Este pensamiento lo excitaba más y más, tanto como la convicción de que tomarla sería una de las delicias más intensas de los últimos años.

El suyo podría catalogarse como un deseo que se estaba volviendo obsesivo. De seguro así lo definiría Jace, pero este tenía tendencia al drama. Sí era cierto que pensaba mucho y sus fantasías crecían en resonancia con el interés de Kelly en él. Probablemente uno bastante más ingenuo que el suyo, dada la encantadora costumbre de la bonita a sonrojarse y bajar la mirada apurada. Como si ser descubierta mirando a un hombre con deseo fuera negativo. Él no tenía esas inquietudes.

Durante esos cinco días encontró varias oportunidades de imaginarla en poses que hacían arder su mente y mantenía su centro en una semi actives casi permanente. La folló en su mente más de una vez, doblada sobre la superficie en la que amasaba, abierta para él y sobre sus espaldas, sobre sus rodillas y manos en algunas de las mesas, cubierta de merengue para su dulce disfrute. El viernes a la noche lo encontró en la soledad de su apartamento con estas y otras visiones agolpándose sobre él, tensando su masculinidad. Cuando fue demasiado para soportar, desplazó su mano abierta sobre el largo de su virilidad, masturbándose con la imagen que no lo abandonaba y continuó hasta correrse con un gruñido feroz.

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