Dejó caer su cartera en la mesa del comedor y se secó las lágrimas a palma abierta. Se sentó despacio en la silla y deshizo su cuerpo en un mar de lágrimas.
Pero por supuesto que no iba a dejar que Alex la tocara. No, no sin que ella lo consintiera. Pero es que no podía hacer nada; no podía dejar que Saira se enterara de aquello, que Alba, aun sabiéndolo todo, pudiera decirle a Arthur y él, a Enzo. Todo se iba a ir a la mierda y sería su culpa. No podía llamar a sus padres, no podía hablar con nadie, maldita fuera.
Agarró el celular e instintivamente marcó el número de su hermano. No pasaron ni siquiera dos timbres y él le contestó.