Capítulo 4

Lucien

Entrando en la penumbra de la taberna, el estrépito de la ciudad se desvaneció detrás de mí, y la luz titilante de las velas apenas iluminaba los rostros sombríos de aquellos que se perdían en la multitud. Me dirigí hacia la barra, buscando el consuelo áspero del licor para ahogar las sombras que se acumulaban en mi mente.

—Un trago fuerte, algo que pueda quemar estas malditas imágenes de mi cabeza —le dije al tabernero con la voz ronca.

El tabernero asintió con simpatía y sirvió un vaso de licor oscuro que prometía alivio temporal. Mientras bebía, el aroma amaderado llenó mis sentidos, pero no podía escapar de la amargura que se apoderaba de mi corazón.

La luz tenue de la taberna apenas iluminaba mi rostro sombrío. Cada sorbo del licor oscuro era como un intento desesperado de ahogar las imágenes que atormentaban mi mente. Mis ojos, perdidos en algún punto distante, reflejaban la tormenta emocional que rugía en mi interior.

Fue entonces cuando noté que el hombre a mi lado observaba mi semblante apesadumbrado.

—¿Problemas, amigo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y empatía en sus ojos.

Le lancé una mirada sombría antes de responder.

—He perdido a alguien cercano. Un buen amigo. Asesinado en un callejón como un perro. No tiene sentido.

El tabernero frunció el ceño, comprendiendo la gravedad de mis palabras.

—Lamento escuchar eso, amigo. La vida puede ser cruel, y a veces la única forma de lidiar con ella es ahogar las penas en un vaso.

Asentí en silencio, agradeciendo sus palabras. No estaba solo en mi dolor, aunque eso ofreciera poco consuelo. Me quedé en la taberna, sumergido en mis pensamientos y en el licor que quemaba mi garganta. Cada trago parecía llevarse consigo un pedazo del peso que llevaba sobre mis hombros.

Mientras la noche avanzaba y las sombras se alargaban, mi cansancio cedía lugar a una determinación inquebrantable de desentrañar la verdad tras la muerte de Alistair. El eco de su risa resonaba en mi memoria mientras tomaba un trago.

No pasó mucho tiempo antes de que la noticia llegara a mis oídos, como un susurro de la parca que se abalanza sigilosa. Alistair, mi compañero de correrías y confidente, yacía sin vida en un callejón oscuro.

La vista de su cuerpo en el suelo de piedra me golpeó como una ráfaga de viento helado. Sus ojos, una vez llenos de chispa, ahora estaban vidriosos, mirando fijamente el cielo nocturno. Mi corazón se contrajo ante la brutalidad de su muerte.

Me acerqué, observando las perforaciones en su cuerpo. Eran precisas, como si hubiera sido alcanzado por garras afiladas de algún monstruo inhumano. Lo que me desconcertaba era la ausencia de sangre. No había charcos, ni gotas. Solo heridas limpias que perforaban su carne.

La sed de venganza se mezclaba con la sed de respuestas, y sabía que mi camino me llevaría a las Tierras Sagradas, hacia lo desconocido.

—Otro trago, amigo —le dije al tabernero, sintiendo el calor del alcohol correr por mis venas.

—Te estás tomando esto en serio. ¿A dónde planeas ir con esa mirada de trueno en los ojos? —preguntó el tabernero, secando un vaso con un paño sucio.

—A las Tierras Sagradas. Algo oscuro se esconde allí, y pienso descubrirlo.

El tabernero frunció el ceño, evidentemente preocupado.

—Es un lugar peligroso, muchacho. Si decides ir, ten cuidado. No todos vuelven de esas tierras con vida.

Le lancé una mirada agradecida antes de ponerme de pie, dejando unas monedas sobre la barra.

—No temo a lo desconocido. Y algo me dice que encontraré respuestas allí.

Con esa declaración resonando en el aire, salí de la taberna y me adentré en la oscuridad de la noche, con la resolución ardiendo en mi interior. La venganza y la verdad me esperaban en las Tierras Sagradas, y estaba dispuesto a enfrentar cualquier monstruosidad que se interpusiera en mi camino.

Aceleré mi motocicleta por las calles nocturnas de la ciudad, el rugido del motor rompiendo el silencio de la noche. El viento fresco golpeaba mi rostro, pero mi mente estaba inmersa en la tormenta de emociones desatada por la muerte de Alistair.

Llegué a la casa de seguridad, un refugio sombrío en el corazón de la ciudad. Sabía que aquel lugar, con sus paredes de ladrillo desgastado, guardaba secretos y lealtades tan sólidas como el acero. No era solo un escondite; era nuestro santuario, un refugio para aquellos que vivíamos en las sombras.

Aparqué la motocicleta frente a la entrada, noté la presencia de alguien en la casa. Al entrar, encontré a su novia, Emily, sentada en el sofá. Su rostro mostraba los estragos de la tristeza, y sus ojos enrojecidos revelaban las lágrimas derramadas en privado.

—Lucien, gracias por venir —dijo con voz temblorosa, levantándose para recibirme.

Asentí en silencio, incapaz de articular palabras en ese momento. Ambos compartíamos un dolor incomprensible, pero había que enfrentar la realidad.

—Lo siento, Emily. Nadie debería tener que pasar por algo así —murmuré, intentando ofrecer algún consuelo.

Ella forzó una sonrisa amarga y se acercó.

—Alistair siempre hablaba de ti y de las aventuras que compartían. No puedo creer que se haya ido.

Sus palabras resonaron en el aire, y me sentí abrumado por la gravedad de la pérdida. Alistair había sido más que un amigo; era un hermano de alma. Juntos, habíamos enfrentado desafíos, superado obstáculos y compartido risas que resonaban en los rincones de mi memoria.

—¿Sabes qué le sucedió? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

Ella asintió, sus ojos evitando los míos.

—Encontraron su cuerpo en un callejón. Fue brutalmente asesinado. No sé quién podría hacerle algo así.

La ira bullía en mi interior, pero también una determinación férrea. Debía descubrir quién o qué había arrebatado la vida de Alistair y hacerlos pagar por ello.

—Emily, necesito saber todo lo que puedas contarme. Cualquier detalle, por pequeño que sea, podría ayudar.

Nos sentamos en el sofá, envueltos en la sombra de la tragedia, mientras Emily compartía los detalles que conocía.

La habitación estaba sumida en un silencio que solo rompían los suaves crujidos del suelo al caminar, mientras Emily se iba de la casa. La ausencia de Alistair se hacía palpable, y aunque sus palabras resonaban en mi mente, la soledad se apoderaba de cada rincón de la casa.

Al acercarme a la caja fuerte, un cofre de secretos y recursos acumulados, mis dedos hábiles giraron la familiar combinación, descubriendo un interior meticulosamente organizado de fajos de billetes y armas.

La necesidad nos había llevado por caminos sombríos, donde la línea entre lo correcto y lo equivocado se desdibujaba. Alistair y yo éramos nómadas modernos, moviéndonos entre las sombras para sobrevivir en un mundo que no siempre era amable.

Mientras empacaba la mochila con suministros esenciales para el viaje, dejé que mis pensamientos divagaran por los recuerdos de los trabajos que habíamos llevado a cabo. Éramos los arquitectos de nuestra propia fortuna, esculpiendo un camino a través de las complicadas tramas de la vida en la ciudad.

La casa, que alguna vez fue nuestro refugio compartido, ahora resonaba con la soledad. Cerré la caja fuerte con un suspiro, sintiendo el peso de las decisiones que habíamos tomado. Alistair y yo éramos dos almas errantes que se encontraron en la encrucijada del destino, y ahora, con su partida, me quedaba con la tarea de forjar un nuevo rumbo.

Desplegué el mapa sobre la mesa, sus pliegues revelando las líneas trazadas por la experiencia y la supervivencia. Mi mirada escudriñaba las distintas rutas posibles, evaluando cada opción con la cautela que solo los que han vivido al límite conocen.

Evitar el Territorio humano era imperativo; sus ciudades, aunque bulliciosas, eran faros de peligro para alguien como yo. Los rumores sobre los cazarrecompensas y las miradas curiosas de los lugareños no eran bienvenidos en mi viaje.

El Bosque de los lamentos, con su oscura reputación, estaba tachado de mi lista. Los susurros de criaturas desconocidas y las sombras que se movían entre los árboles eran demasiado arriesgados para una travesía solitaria.

Las montañas, imponentes y majestuosas, también se presentaban como un desafío insuperable. Las alturas y las bajas temperaturas podían ser enemigos mortales si no se abordaban con respeto, y mi objetivo era llegar al destino sin desafiar a la naturaleza de manera imprudente.

Fue entonces cuando mis ojos se posaron en el Territorio de los Cazadores Sagrados. Un suspiro escapó de mis labios mientras contemplaba la línea que trazaba mi ruta. No era la elección más segura, pero en un viaje donde cada opción estaba cargada de riesgos, era la menos peligrosa.

Los Cazadores Sagrados, guardianes de su territorio, tenían una habilidad innata para detectar olores y presencias intrusas. Dependía de mi astucia y habilidad para mezclarme con el entorno y eludir su agudo sentido.

Con determinación, tracé la ruta en el mapa, marcando puntos de referencia y áreas estratégicas para descansar. La mochila estaba lista, las provisiones aseguradas. Con un último vistazo al mapa, me preparé para adentrarme en la tierra de los Cazadores Sagrados, con la esperanza de que la suerte estuviera de mi lado en esta peligrosa travesía.

Ajusté la mochila sobre mis hombros, la carga física solo un reflejo de la carga emocional que llevaba. La promesa de mantenerme en contacto con Emily parecía un eco distante en el silencio de la casa vacía. Cerré la puerta detrás de mí, dejando atrás un capítulo de la vida que ahora reposaba en los rincones oscuros de la memoria. La ciudad aguardaba, con sus callejones sinuosos y sus secretos susurrados en el viento de la noche.

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