II ¿Qué tan malo es ser pobre?

Luego de la fatídica y desquiciada cláusula, muy propia de una mente enferma como la de su abuelo, Magnus se cuestionaba la real utilidad de la riqueza y los pro y contra de ser pobre.

Sus tías lo ayudaban.

—No podrás usar la ropa costosa y bella que tanto te gusta —le decía la tía Agustina, conocida adicta a las compras—. Y las telas sintéticas baratas te causan sarpullido, imagina lo que le pasará a tu suave piel.

Magnus se removió, admirando la bella textura de su camisa. Ni hablar de la ropa interior, él no usaba nada que no fuera cien por ciento algodón.

—Conseguiré otro trabajo. De todos modos no tengo muchos gastos, destinaré lo necesario para la ropa.

—¿Y el auto? Te quedarás sin auto, Magnus —agregó Agustina.

—Ahorraré para comprar otro.

—Y mientras tanto tendrás que usar el transporte público. Imagina todas esas personas, sudorosas, húmedas, malolientes, ruidosas y apretadas, frotándose contra tu cuerpo. No podrás soportarlo. El olor a pobre es tan triste, querido.

Él no podía ni siquiera imaginar un olor así, ya estaba reprimiendo las náuseas.

—Puedes conseguir una bicicleta —dijo la tía Elena.

Recibió un codazo de Agustina y se quedó en silencio, sobándose el brazo.

—Si vas en bicicleta al trabajo llegarás todo sudado. Tendrás que bañarte, pero tú apenas y puedes usar un baño que no sea el de casa. Y si no tienen duchas, estarás sudado y maloliente todo el día.

Magnus se aferró la cabeza.

—Y la comida. Todos esos alimentos orgánicos y libres de preservantes que comes no son nada baratos. No podrás conseguirlos y acabarás comiendo chatarra refinada, con exceso de sodio, colesterol y calorías. Tal vez y hasta tengas que volver a comer carne.

El joven ya no pudo más con tanto horror. Se levantó del sillón cubriéndose la boca. Fue hasta la ventana, la empujó y llenó sus pulmones del aliento frío de las montañas. Estaba hiperventilando.

Qué cruel y despiadado era el destino que le aguardaba. Se suponía que lo realmente importante era la riqueza de espíritu y no la material. ¡¿Por qué el mundo era tan injusto?!

—Y tendrás que aprender a cocinar porque no habrá dinero para pagarle a Irene —agregó Agustina, que había llegado hasta su lado.

Magnus miró a su tía Elena, ella había empezado a ver una revista.

—Oh, sí. Elena se quedará contigo y podría cocinar para ti. ¿Recuerdas esa sopa que hizo una vez? Faltaron baños para hacer frente a nuestra urgencia. Por poco y botaste hasta las tripas.

La tía Elena era una mujer muy dulce, pero no tenía manos para la cocina, no señor. Ella convertía en veneno todo lo que tocaba.

—No olvides que ella se aburre fácilmente y que tiene aficiones bastante caras. ¿Y qué hace cuando se aburre, Magnus querido?

Hablar. Ella hablaba hasta por los codos y no había quién pudiera callarla. Y lo peor era que ni siquiera decía cosas interesantes. ¡El infierno era lo que le esperaba!

—A todo eso tendrás que agregar el dolor de ver a tus amadas tías sumidas en la pobreza ¿No te romperá el corazón, Magnus, vernos en tal desdicha? A ti siempre te ha gustado mi cabello ¿No?

La tía Agustina tenía una melena rubia y rizada. De niño él le estiraba los rizos y se divertía viéndolos recuperar su forma. Su cabello era suave, hermoso y olía muy bien, por eso se atrevía a tocarlo, y porque no tenía todavía problemas para hacerlo.

—No tendré dinero para el estilista ni para costear los productos necesarios para mantenerlo hermoso, puede que incluso me quede calva, Magnus. ¡No permitas que me pase eso! —Se cubrió el rostro con el brazo en una pose dramática y lloró.

—Yo trabajaré también —dijo Elena, bien lejos de cualquier codazo.

Agustina la miró con furia y el puño apretado en alto.

—Puedo tejer o pintar cerámicas, me va muy bien en eso —agregó.

Agustina sonrió, haciendo el ademán de aplaudir a espaldas de Magnus.

No pudo evitar recordar él el sweater que la tía Elena le había tejido luego de tomar un curso durante un año. Tenía una manga más larga que la otra y estaba muy ajustado del cuello. No duró quince minutos con él puesto y casi se murió intentando sacárselo. Ni hablar de las cerámicas. Ella había logrado ponerlas a la venta en una galería.

—Vendí todas las cerámicas que pinté —dijo con orgullo.

Magnus las había comprado todas. Cómo iba a decepcionarla con lo entusiasmada que estaba. Y le habían quedado tan feas, ni para pisapapeles servían.

—Querido, eres listo, no podemos perder todo lo que tanto esfuerzo nos ha costado sólo por un capricho tonto del abuelo —siguió diciendo Agustina.

—Tampoco voy a comprometerme y casarme por un capricho tonto.

—El matrimonio no tiene que ser real, nada tiene que ser real —empezó a susurrarle ella—. Podemos contratar a una actriz para que finja ser tu novia y, cuando acaben las cláusulas, te divorcias y ya, fin del asunto, conservamos lo que nos pertenece y tú sigues con tu vida y tu linda ropa, tu auto con chofer, tu comida saludable y tus estrictos hábitos de limpieza. Esos productos que usas tampoco son baratos. Y varios son importados ¿No?

Magnus suspiró. El futuro se veía negro como un pozo sin fondo, pero no todo estaba perdido, había una última carta que jugar para conservar su modus vivendi y el de sus tías.

Y vencer en su juego enfermizo al abuelo.

—Voy a impugnar el testamento —dijo él, con un brillo de esperanza en los ojos—. Lo hablaré con mis abogados. El abuelo estaba loco, todos lo sabemos. Si logro comprobarlo, el testamento no tendrá validez y no habrá ninguna cláusula absurda que cumplir. Y podremos dejar esta casa tenebrosa y fría.

Agustina sonrió. Si eso era posible, sería mucho más sencillo. De todos modos, empezaría ella a hacer una lista de posibles candidatas para ser la flamante esposa de su sobrino. Había que ser prevenida y estar lista para lo que viniera. 

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