Dicen que cuando la vida termina, ya no hay más, pero ¿qué sucede cuando mueres por la culpa de tu esposo y su amante? La vida me llevó hasta él, al hombre que me quitó la vida gracias al engaño de ellos, y sin siquiera pensarlo, terminé locamente enamorada de él. ¿Será posible que al final podamos estar juntos, incluso después de todo lo que ha ocurrido?
Leer másLlovía, si lo recuerdo bien; el cielo estaba gris y las gotas caían sobre mi cuerpo, mezclándose con mis lágrimas. El frío de la lluvia parecía intensificar la sensación de desesperación que sentía en mi interior.
Cerré los ojos como mi último adiós a esta vida, sintiendo cómo la lluvia empapaba mi cabello y mi ropa, haciéndome temblar. Dicen que cuando vas a morir, los momentos de tu vida comienzan a pasar uno por uno, y así fue. Mi mente empezó a recorrer mis recuerdos más preciados. Vi mi infancia feliz; tenía unos padres muy amorosos. Ellos eran muy tiernos conmigo y siempre me enseñaron que la mejor forma de enfrentar la vida era de cara, sin miedos ni titubeos. Recuerdo los días soleados en el parque, las noches cálidas al lado de la chimenea, y las enseñanzas llenas de sabiduría y amor. En mi adolescencia conocí a quien se convertiría en mi futuro esposo. Recuerdo claramente el día que nos conocimos: era una tarde de verano y nos presentaron en una fiesta. Desde ese momento, supe que había algo especial entre nosotros. Ambos éramos muy unidos, teníamos una linda comunicación y siempre nos cuidamos el uno al otro. Compartíamos sueños, risas y secretos. Me sentía afortunada de tenerlo a mi lado, hasta que un malentendido ocurrió y él cambió conmigo. Para ser exactos, fue el día de nuestra boda. Él ya no era más el hombre maravilloso y detallista que solía ser. Siempre estaba molesto, llegaba a altas horas de la madrugada o simplemente no llegaba a dormir. Las noches se volvieron interminables, llenas de silencios incómodos y miradas frías. Muchos de mis amigos me decían que yo era estúpida al permitir que él me tratara como me trataba, porque a pesar de cinco años de matrimonio, él nunca me dio el respeto que yo merecía. En ocasiones, me golpeaba solo porque quería y me llamaba inútil. Yo tenía miedo, tenía miedo de él. Miedo de su ira, de su indiferencia, de sus palabras hirientes que erosionaban mi autoestima día tras día. Vivía en una constante tensión, tratando de no hacer nada que pudiera enfadarlo, pero siempre parecía encontrar una razón para desquitarse conmigo. Mis amigos y familiares intentaron ayudarme, pero yo estaba atrapada en una espiral de miedo y dependencia emocional. Ahora, bajo la lluvia, con los ojos cerrados y mi cuerpo temblando, comprendí que ya no podía seguir así. La lluvia seguía cayendo, lavando no solo mi cuerpo sino también mi alma, llevándose consigo el dolor y el miedo. Sentí una extraña sensación de liberación y paz, como si la lluvia me estuviera ofreciendo un nuevo comienzo. Recuerdo que una vez intenté escapar, pero él no me lo permitió. Había planeado mi huida durante semanas, guardando un poco de dinero aquí y allá, esperando el momento perfecto para marcharme. Pero cuando intenté dejarlo, me encontró. No me dejó alejarme de él. Lo denuncié, incluso, después de una paliza brutal que me dejó moretones en todo el cuerpo y un ojo cerrado. Pero a los días salió de la cárcel, y lo primero que hizo fue buscarme. Me dio otra paliza, esta vez tan severa que sentí que mi alma se rompía junto con mis huesos. Como venganza, me dijo que a la próxima que intentara hacer algo contra él me iría peor. Irónico, ahora estoy muriendo, y no es por su mano, aunque él tiene mucho que ver en lo que me pasó, él y su amada amante. No sé qué fue lo que pasó realmente. Un día apareció en la puerta de nuestra casa con una expresión extraña en su rostro. Me dijo que era necesario que me hiciera pasar por su amor. Me entregó una peluca rubia y un vestido amarillo, un conjunto que jamás hubiera elegido por mí misma. Me exigió que los usara, y yo accedí, con el corazón acelerado y las manos temblorosas. Me mandó con uno de sus amigos al centro comercial. No entendía su comportamiento, pero al final me sentía feliz. Había salido, después de tanto tiempo encerrada en casa, él me había dejado salir aunque fuera por un rato. Caminamos por los pasillos llenos de tiendas, sintiendo la libertad en pequeños sorbos. Pero de la nada, el hombre que me acompañaba me abandonó. Se fue y me dejó sola en medio de una multitud de desconocidos. Me sentí desorientada y asustada. No sabía qué hacer, pero sabía que debía volver a casa. Si él se llegaba a enterar o llegara a pensar que quería escapar de él, me iría muy mal. La ansiedad me oprimía el pecho mientras buscaba la salida. Así que me propuse volver a casa. Pero nunca volví. Fui secuestrada al dirigirme al auto. Alguien tapó mis ojos y no me dejó ver. Sentí una mano áspera y fuerte apretando mi boca. Alguien me hizo dormir por unos momentos con un paño empapado en una sustancia química, y me metió en la cajuela de un automóvil. Mi cuerpo rebotaba dentro, golpeando las paredes metálicas del maletero, pero yo no sentía nada ya que estaba dormida. Al despertar, ese hombre comenzó a torturarme. Arrancó parte de mi piel, mis dedos, mis manos, mis piernas, todo lo que pudiera arrancar. El dolor era inimaginable, pero mi mente ya había comenzado a desconectarse de mi cuerpo. Y así fue como morí. Guardo en mi alma las últimas palabras que escuché: «Al fin te he vengado, mi amor». Esas fueron las últimas palabras de ese hombre. ¿Su amor? ¿Qué le hice yo a su amor? La confusión se mezclaba con el dolor insoportable. Una lágrima solitaria cruzó mis ojos antes de abandonarme al olvido. A los días siguientes, mi cuerpo fue enterrado en un bosque. Mi esposo puso un comunicado diciendo que yo había desaparecido, pero después de unos meses me dieron por muerta, y él se casó con su amante. Todo el tiempo que estuvo buscando, no era más que una farsa. Y yo me quedé en medio de mi dolor, enterrada en el silencio de un bosque solitario. Hubiera deseado que alguien me amara tanto como para matar por mí. Aunque sé muy bien que ni eso valía. En el fondo, sabía que mi existencia había sido un mero juego para ellos, una pieza descartable en sus vidas. Mientras mi cuerpo era comida de gusanos en medio de la nada, donde el frío y la lluvia eran mis únicas compañías, mis padres lloraban mi desaparición. Me pedían perdón al aire por no haberme defendido, por no haberme protegido, por no haber estado a mi lado cuando les dije que tenía miedo de mi maldito esposo. Sus lágrimas y lamentos eran un susurro en la distancia, resonando en mi alma perdida. No había mayor desolación que saber que quienes te amaban sufrían en vida por no poder cumplir la promesa de protegerte. Con el paso de los años, mi esposo tuvo hijos y comenzó a envejecer, y por el maldito destino me obligó a ver todo eso. Lo vi en primera fila, vi cómo le profesaba amor a esa mujer, vi cómo la cuidaba sobre todo y cómo se olvidó de mí. Cada gesto de cariño, cada sonrisa, cada momento feliz con su nueva familia era una puñalada en mi corazón inmortal. Cada día que pasaba era una nueva tortura, observando desde la distancia cómo él construía una vida que había prometido vivir conmigo. Sus risas eran dagas, sus abrazos eran cadenas, y sus besos a ella eran veneno para mi existencia. Pero...★Ruth. El día en que desperté, no recordaba absolutamente nada de lo vivido con Leonel en el cuerpo de Amelia. Solo podía recordar el infierno que Marcus me hizo pasar. Pero al ser besada por Leonel, sentí que la venda de mis ojos se desvanecía. El cálido contacto de sus labios me trajo a la memoria los paseos bajo la luna y las risas. Comencé a recordar con ese beso todo lo que me unía a mi amado Leonel, desde las tardes de café en el parque hasta las conversaciones profundas bajo las estrellas. —Lamento haberte hecho esperar, amor —mencioné, sintiendo su mano fuerte en la mía. Hasta la fecha no lo he soltado. Amelia y yo, irónicamente, nos volvimos amigas. Ella cambió mucho y se casó con el hermano de Leonel. Mi cuñado abandonó el mando de las empresas Riviera, dándole el poder absoluto a Leonel. Amelia ahora con su corazón generoso, abrió un centro de beneficencia para niños y ancianos en el corazón de la ciudad; ahora, todos la conocen como la mujer que transforma vidas
El aroma de las hierbas frescas y el sonido suave de los ingredientes cocinándose llenaban la cocina. De vez en cuando, volteo y veo a Ruth sonriendo, apoyada en el marco de la puerta. Nuestros ojos se encuentran y puedo ver todo lo que ella quiere decir sin palabras.Después de servir la cena en la mesa elegantemente preparada, nos sentamos juntos, compartiendo risas y conversaciones que solo nosotros entendemos. Cada momento es un recordatorio de por qué la amo tanto.Terminamos la cena con una copa de vino y, después de recoger los platos, nos dirigimos a nuestra habitación. Cierro la puerta detrás de nosotros con cuidado, como si fuera un ritual sagrado, y la miro con un brillo en los ojos que sé que ella entiende muy bien.En esta noche, en nuestra mansión, todo parece perfecto.Nuestras bocas aún unidas en un beso que transmite toda la pasión acumulada durante el día. El roce suave de sus labios contra los míos es reconfortante y excitante a la vez. Nos separamos solo lo suficie
★ RuthCada vez que Leonel llega a la casa de mis padres con un ramo de flores, mis ojos se iluminan de alegría. Es increíble cómo siempre encuentra la manera de sorprenderme con detalles tan dulces y considerados. Las flores que trae siempre son mis favoritas, aunque nunca le he mencionado cuáles son. Me impresiona su atención y cómo parece conocerme tan bien.Sin embargo, aunque disfruto mucho de su compañía y siento una atracción hacia él, también tengo miedo.Leonel me ha contado que nos conocimos en el pasado, pero yo no recuerdo absolutamente nada de nuestra historia juntos. Todo lo que tengo en mi memoria son los momentos difíciles que viví con Marcus, mi ex esposo.Una tarde, Leonel llegó con un ramo de liliums blancos, mis flores favoritas. Me quedé sin palabras al verlas, preguntándome cómo supo cuáles eran mis preferidas. Su gesto me hizo sentir especial y cuidada, y al mismo tiempo, me hizo cuestionarme más sobre nuestro pasado juntos del cual no tengo recuerdos.—Ruth, ¿t
Entré a la sala y lo que vi me dejó con la boca abierta.Los padres de Ruth estaban en la sala, frente a mí, vivos y bien.—Señor y señora... —mencioné, sin siquiera terminar mis palabras.¿No se suponía que ellos estaban muertos?—Joven Riviera, qué gusto verlo. Hemos decidido volver a la ciudad tras no saber nada de Marcus y así mantener a salvo a nuestra Rutita —mencionó el señor con voz amable.—¿Ruth? ¿A salvo?—Sí, mi esposo escuchó que Marcus planeaba incendiar nuestra casa y le hicimos creer que habíamos muerto. Después nos enteramos de la muerte de mi Rutita, pero ella despertó y le dijimos al médico forense que nos ayudara si alguien preguntaba por ella...Me dejé caer en el sofá, abrumado por la oleada de emociones y la sorpresa de saber que Ruth estaba viva y a salvo.—¿Ella está viva? —pregunté con una enorme sonrisa de felicidad, mis ojos brillaban de emoción ante la posibilidad de verla de nuevo.—Sí, señor Riviera, mi hija está con vida. De hecho, vino con nosotros; su
Nuestros ojos se encontraron por un instante. Mi rostro permanecía imperturbable, ocultando las turbias emociones que se agitaban en mi interior.Con un gesto firme y deliberado, comencé a trazar líneas simbólicas sobre su piel pálida con el filo del cuchillo. Cada corte era un silencioso recordatorio de la justicia que buscaba impartir, un acto de poder sobre su vulnerabilidad.El susurro de la hoja contra la piel y el leve gemido de dolor de Beatriz resonaban en la oscuridad del sótano. Sus latidos acelerados eran audibles, marcando el ritmo de mi propósito con una inquietante armonía.Beatriz gimoteaba, su cuerpo temblaba bajo el peso de su terror y la inevitabilidad de su destino. Las lágrimas seguían surcando sus mejillas, reflejando la desesperación y la impotencia de estar a merced de mis acciones.Mientras continuaba con mi tarea, los pensamientos de justicia y venganza me envolvían como una neblina oscura. Cada acción estaba justificada en mi mente, cada detalle de mi macabro
—¡Es Leonel! —exclamó Beatriz con la voz llena de pánico—. No puede ser nadie más, estamos en medio del bosque. Marcus, por favor, no te alejes de mí.Sonreí en las sombras. Mi plan estaba funcionando perfectamente. La desesperación en su voz era como música para mis oídos. Seguí tocando la puerta, disfrutando del miedo que se intensificaba con cada golpe.Cuando Marcus finalmente abrió la puerta, la linterna proyectó mi figura sombría en el umbral, delineando cada rasgo de determinación fría en mi rostro.—Tienen cinco segundos para correr si quieren seguir vivos —dije, mi voz resonaba con una calma que ocultaba un peligro latente.Marcus reaccionó de inmediato. Tomó la mano de Beatriz y juntos se precipitaron hacia la puerta trasera de la cabaña. Desde la penumbra, observé cómo la desesperación los impulsaba.Justo cuando Beatriz cruzaba el umbral, un retumbar metálico resonó en la oscuridad. La trampa que había preparado se cerró de golpe sobre su pierna, haciéndola caer con un gri
Último capítulo