Has ascendido a esposa
Has ascendido a esposa
Por: J. A. Yelamo
Secretaria

—No pareces nada contenta. —La voz de una de sus compañeras de trabajo la sacó de sus pensamientos haciendo que la volteara a ver—. ¿Contemplando la competencia? —le habló de nuevo en cuanto tuvo su atención.

Su expresión denotaba burla y le alzó las cejas de manera despreocupada mientras esperaba una respuesta.

Agnes estaba en blanco y con los ojos inexpresivos mientras que Isa se había asomado por sobre el borde de su cubículo, ellas llevaban casi el mismo tiempo de trabajar allí, puesto que se habían conocido la primera semana que empezaban.

Era guapa, sin dudas una de las que atraía miradas en la oficina y con la cual Agnes podía hablar incluso en horas de trabajo.

—Ni me lo digas, estoy teniendo un mal día —contestó, se pasó las manos por la cara para calmarse y respirar tranquila.

—Eso veo, ¿otra más? De tantas ya… ¿Preocupada? —Volvió a mostrar una vez más su mueca de burla mientras se pasaba una mano removiendo los largos mechones castaños detrás de su hombro.

Sus ojos claros contemplaban la mueca con que Agnes reaccionó a ello.

La había atrapado mirando desde su lugar hacia una mujer que se dirigía a la oficina del jefe mientras sus tacones sonaban en el piso con cada paso. Agnes había estado encimada de manera demasiado obvia por la esquina, un rato antes de que ella le hubiera hablado.

—No fuera tan malo hacerlo, lo que me pone de los nervios es que no sé a qué vienen.

—Bueno, supones quizá. Pero ¿acaso no deberías estar enterada? —Agnes miró con desconcierto a su compañera.

—Pues no lo sé.

Ciertamente ella estaba al pendiente de muchas cosas que estaban en la agenda de su jefe, siendo la secretaria era parte de su trabajo administrar las visitas de quien fuera a verlo cada día, era muy extraño que de eso no se le dijera nada a ella para que lo agendara.

Ella solo arrugó la frente tras pensarlo y volvió a murmurar en silencio. La mujer que había hecho pasar era guapa y de buena figura, con curvas llamativas y esbelta, tenía una larga cabellera clara y según como la había visto Agnes cuando habló con ella, a su criterio, la mujer tenía un rostro bastante encantador.

Era la quinta que había visto llegar esa mañana, al igual que las primeras cuatro, estaban ahí para hablar con su jefe a solas de un asunto privado. Había además otras tres que estaban esperando fuera también y que seguramente iban con el mismo motivo, y eso daba de qué hablar para los empleados.

Especialmente porque ya llevaba en ello tres días seguidos desde el lunes y ese mismo día miércoles no era la excepción de la semana.

La curiosidad hacía a Agnes seguirlas con la mirada hasta que desaparecían detrás de la puerta y tras un largo par de minutos hablando con el jefe salían del despacho.

La duda de qué asuntos tenían que tratar ellas allí la desconcertaba. Con una mueca de desagrado por no saber la respuesta, gruñó por lo bajo antes de sentarse de nuevo y mirar su área de trabajo.

Disponía un pequeño cubículo en la planta superior de el edificio al igual que otros empleados y era la más próxima de ellos a la oficina principal en donde estaba el despacho del jefe, aunque ella hubiera esperado algo mejor por ser la asistente desde ya un largo tiempo cuando ingresó hacía ya tres años.

Esperaba algo más espacioso y cómodo en lugar de el recortado cubículo en que estaba sentada, como cualquier otro empleado. Hacía un tiempo había puesto su mirada en el despacho contiguo al de su jefe y admitía que no le desagradaba plantearse la opción de que la ascendieran a otra área.

—Oye —habló de nuevo su compañera ante ella, haciéndola espabilar para que le prestara atención tras que Agnes se hubiera quedado perdida en el pensamiento—. ¿Me estás escuchando?

—¿Qué me decías?

—Se habla de rumores, piensan que quizá vienen por el puesto vacante de la mesa directiva. Sabes que hay un lugar que está vacío hace un mes y aún buscan un candidato a quien poner en ese hueco. —Isa se había dado cuenta que de nuevo estaba soñando despierta mientras miraba el despacho vacante.

—Ojalá ese no sea el motivo, me he esforzado mucho el último año para merecerme un mejor lugar y admito que me gustaría que me tomaran en cuenta para eso, no me cae para nada en gracia que se lo vayan a dar a un recién llegado.

—Si haces eso te van a endilgar más trabajo. Estarías mejor siendo solo su secretaria.

—Lo tienes que decir en broma.

—En parte, pero no en que ese puesto es mucho trabajo.

—Ya lo sé, pero no cambio de opinión. Llevo más tiempo aquí que cualquier persona que contraten hoy. Solo aceptaría que sea otro si tiene igual o más tiempo que yo.

—Pero si vienen recomendadas de otra área de la empresa no te podrás negar. —Agnes arrugó el ceño con desagrado y un poco resignada.

—De verdad espero que no…

—Aunque quizá no sea eso, es un poco curioso, pero si les interesara ese puesto, detrás del que tú y otra media docena de personal está corriendo, ¿por qué son todas mujeres?

—Yo también lo pensé, hasta ahora todas son mujeres. Es demasiado extraño.

—Pues… Hay otra opinión circundando respecto a ello, ya que todas las que han llegado son mujeres y muy atractivas además... Se dice que talvez te están buscando reemplazo y que todas ellas podrían querer tu puesto en realidad. —Agnes sintió un repentino brío de espanto al escuchar a Isa decir eso. Ese día había comenzado a correr ese rumor y desde que lo supo estaba más tensa de lo usual.

—No digas eso —contestó incómoda antes de levantarse para mirar a los demás empleados y notar que no las estaban escuchando, las palabras de su compañera la ponían inquieta. Se volvió a sentar y tamborileaba su talón en el piso mientras golpeteaba con el pie en un espasmo nervioso de su pierna con azaro.

Ya tenía muchas cosas de las que preocuparse sin que le plantaran esa duda en la mente. Que le dieran el ascenso a un recién llegado antes que a ella la disgustaba, pero que la reemplazaran por alguien más la hacía temblar de horror.

—Sinceramente espero que no, me he esforzado por estar aquí. Me he quedado horas extras hasta madrugada y recortado mis vacaciones por esto —señaló mientras se volteaba a mirar a Isa—. He trabajado como nadie por este puesto. He hecho muchos sacrificios para ser tomada en cuenta.

Esperaba que esos rumores no tuvieran la razón y que no quisieran deshacerse de ella. Sus nervios no la dejaban pensar con mucha claridad al respecto.

—Es lo que dicen. Todas las que llegan son mujeres jóvenes y de buen aspecto, además tienen cara de secretaria. —Isa se volteó por sobre su hombro para mirar a las que estaban aún fuera esperando su turno.

—Me haces sentir aún peor. —Agnes suspiró pesado y se recargó hacia atrás mientras fruncía el entrecejo.

—Talvez si tuvieras algo mejor que unos limones para mostrar —bromeó Isa y se percató de cómo Agnes le encajaba sus ojos marrones con reproche.

Agnes se sintió pequeña al ver la deslumbrante belleza que aquellas mujeres que iban llegando poseían, ella no estaba mal de aspecto tampoco, sabía que en algunas ocasiones podía atrapar miradas furtivas que aunque no todas eran bien recibidas, sí le daba a entender que era lo bastante llamativa para algunos.

De estatura promedio y cara coqueta, con mechones de cabello largo hasta la espalda y tez blanquecina, a sus veintisiete años estaba en todo sentido hecha una mujer, aunque no tuviera las llamativas curvas tan pronunciadas que hacían a otras de sus compañeras como a Isa, el motivo de deseo de algunos admiradores del sexo opuesto.

Era más delgada y su suerte decantaba a su favor porque sus mechones oscuros como la noche en comparación a su piel clara le daban un contraste atrayente a su imagen.

—Disculpa si no tengo pechugas como las de un pavo, pero cuando solicité el empleo no decía nada que me exigiera traer relleno el sostén.

—Bueno, nos vemos al rato. —Isa se fue y la dejó continuar con sus pendientes.

***

Una vez llegada la tarde, después de un largo día bastante tenso para ella, vio salir a la última mujer que había entrado al despacho, esta última llevaba cara de mal humor cuando salió. Era la que más tiempo había pasado allí hablando a solas en el despacho.

La duda y la intriga de qué podría haber pasado la carcomía, sin embargo, al verla pasar le dirigió silenciosamente un par de palabras que solo ella podría escuchar una vez la mujer se había ido.

—No pienso dejar que se vayan a quedar con mi puesto —murmuró amargamente. Había pasado la tarde pensando en el rumor que decían en la oficina hasta al punto de tenerlo grabado en cada idea.

En cuanto la mujer se había ido, ella aprovechó para dirigirse a la oficina de su jefe. No dejaba de darle vueltas a ese pensamiento y no aguantaba más seguir con la duda, todas y cada una eran mujeres hermosas, la chispa de pánico que tenía en la mente no le hacía posible evitarlo. Estaba preocupada de eso.

Pensar que la reemplazarían o que le darían a alguien más el puesto que ella quería le desagradaba.

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