Golpes del pasado
Golpes del pasado
Por: HET
1

Nunca había sido fan aférrima de mi familia. Cuando mi madre nos abandonó por irse con su amante, mi padre se volcó al completo en su vida de bandas y el mundo ilegal y fue como si me quedara sola. Él estaba siempre ocupado, manteniéndome al margen, y yo estaba pasando por una adolescencia difícil. Nos distanciamos tanto que cuando decidí irme de casa por la universidad sentí que nos quité un peso de encima. De vez en cuando me llamaba o yo a él, y el tema de vernos era raro porque casi nunca teníamos algo de qué hablar.

Ese día yo estaba estudiando cuando él me llamó.

—Ven al club.

—¿Qué club? El único que me interesa ahora es uno de estudio.

Lo escuché resoplar. Mi padre era el jefe de una banda, me había hablado de que tenían un club en la ciudad dónde hacían sus trabajos y esas cosas pero realmente nunca le presté tanta atención. Él me quería lejos de todo y yo lo prefería así.

—Te quiero aquí en menos de una hora —sentenció.

Desde hacía muchos años que me hablaba así, como si fuera mi jefe también. ¿Se le olvidaba que era su hija?

—¿Vas enserio? Estoy ocupada con mis últimos trabajos de la universidad. Te recuerdo que me gradúo en pocos meses.

—Joder, no seas cabezota y ven aquí, es importante.

—No. Además, es como una hora de viaje.

—Te pareces a tu madre. —Eso era algo que me decía mucho y me molestaba. Yo no era como mi madre, yo no había dejado a mi hija de lado ni por otra familia ni por el trabajo.

Al final le colgué, tiré el teléfono sobre mi cama y me puse los audífonos para seguir con el ordenador. Pude estar un par de minutos metida en mi propia cabeza para cuando la música paró por otra llamada. Resoplando lo acepté.

—¿Qué quieres, papá? De verdad que estoy súper liada.

—Quiero que vengas y no me hagas ir a por ti.

Yo jamás había ido al club, ¿qué pintaba allí? ¡Ni siquiera vivía en la misma ciudad! Pero supuse que si quería que fuera era por algo importante o lo suficiente como para no poder decírmelo por teléfono o esperar.

—Nunca has querido que pase por allí.

—Ahora es diferente, debes venir.

—¿Debo? —reté.

—Nora —me advirtió empezando a cabrearse—. Te paso la dirección.

Me colgó como si me forzara a ir solo por el echo de que me llegó un mensaje con la dirección de su estúpido club. Estaba en mitad de una carretera desierta saliendo de la ciudad, el GPS se volvió un poco loco para llegar. Parecía ser un edificio de pocas plantas abandonado si no fuera por las motos aparcadas fuera y la luz que salía por algunas ventanas. Además, de que había un bar justo al lado a pocos pasos y algunos hombres que había fuera se quedaron mirándome dentro del coche ¿Era allí? Empecé a dudar y no quise salir del coche pero mi padre salió por la puerta metálica del edificio de ladrillo y me hizo un gesto.

—Qué bien que me hayas hecho caso —dijo.

Resoplé.

—Contra antes te escuche antes podré volver a mi vida normal. ¿Qué quieres, papá?

Me miró con sus ojos oscuros como los míos. Mi padre siempre me pareció intimidante, desde que era pequeña lo había visto como un gigante para mi.

—Ven conmigo, es importante. ¿Has llegado bien?

—Sí, de maravilla —musité y devolví la vista a ese grupo de hombres que me miraban desde la esquina del bar—. ¿Esto es un club?

—Aquí hacemos todo lo necesario.

Atravesé tras él la puerta metálica y el olor a marihuana fue tan fuerte que tosí un poco. Había un clima muy de machos, todo era industrial y poco decorado aunque supuse que que faltaran cuadros y adornos era lo de menos cuando se dedicaban a hacer cosas ilegales.

—¿No hay nadie? —curioseé.

No se escuchaba ni un alma y eso me ponía los pelos de punta.

—Estarán en el bar —dijo sin más y me llevó por un lado de las escaleras hasta su despacho—. Siéntate.

Odiaba que me ordenaran cosas, pero lo hice porque ya quería volver a la residencia.

—¿Qué pasa? ¿No podías decírmelo por teléfono? Es tarde y estaba estudiando.

—Hemos estado teniendo problemas últimamente, se ha creado una nueva banda en el sur de la ciudad y parece que no tienen muy claro como funcionan las cosas.

—Y a mi no me interesan estos temas.

—Y no quiero que te interesen pero últimamente estoy muy liado y yo no puedo protegerte tanto como me gustaría.

Me reí. ¿Mi padre me había protegido? Si casi ni nos veíamos.

—No necesito que me protejas, nunca lo he necesitado.

—Pues ahora sí —soltó y se cruzó de brazos—. Te han amenazado.

—¿Qué dices? —me volví a reír pero lo vi tan serio...—. ¿De qué hablas?

—Ha sido esta nueva banda, así que vas a estar vigilada hasta que lo resuelva. —Yo estaba pasmada pero él levantó el teléfono por cable que tenía sobre la mesa y llamó a alguien—. Diego, ven a mi despacho, ella ya está aquí.

No me creía que todo aquello fuera enserio.

—Pensaba que me mantenías fuera de toda esto esto —conseguí decir—. No es justo.

—Ya deberías saber que la vida no es justa, Nora. Esto es lo que hay.

—No, no es lo que hay, es lo que tú has escogido.

—También escogí tenerte y protegerte y eso es lo que hago.

Y de repente toda mi vida corriente y sencilla se había trastocado.

La puerta se abrió y allí estaba él: Diego.

Su presencia imponente llenó la habitación con una energía intensa, como si trajera consigo la fuerza de un mundo al que yo no pertenecía. Era grande, casi como mi padre, podía distinguir la montaña de músculos que era bajo esa chaqueta de cuero y cuando dejé de imaginármelo sin camiseta me di cuenta de la maraña de tinta oscura que se extendía por su cuello perdiéndose bajo la ropa y volvía a asomarse por sus manos hasta curbirle los dedos.

Sus ojos, oscuros y penetrantes, se pasearon con respeto desde mi padre hasta mi, aunque estaba serio y rígido no pude evitar notar cierta tensión porque seguramente eso de cuidarme tampoco era su alegría.

—Ella es Nora, mi hija —me presentó mi padre y se levantó de su silla para palmearle el hombro a ese chico—. Y este es Diego, él te estará vigilando hasta que las cosas se resuelvan.

Estuve por decir que no necesitaba protección, pero yo no tenía ni idea de como funcionaba ese mundo en realidad y si él se sentía mejor con ello... Simplemente resoplé y me pasé las manos por la cara intentando organizar todo en mi mente.

—¿Puedo irme ya?

—Sí, a recoger tus cosas, te vas a quedar en una de las habitaciones del club.

Ahí sí me reí.

—Ya, ni de coña.

—¿Quieres que te asalten en la residencia? —me soltó y me sorprendió.

—¿Me estás chantajeando con el miedo de algo que es por tu culpa? —me levanté y me hundí en mi chaqueta de cuero, me la había comprado mi padre creo que para hacerme sentir más de su estilo—. ¿Tu sabes el lío que tengo allí? Si me quieres vigilar te las tienes que apañar porque yo no me muevo de la residencia. Tampoco es que esté a tiro de piedra mi Universidad.

Ni de broma. Me gustaba la residencia, había conseguido una habitación para mi sola y la verdad que vivir en el club de la banda no me dejaba tampoco muy segura. Además, tampoco me lo estaba tomando tan enserio.

—No seas así —me soltó.

—¿Así como?

—Ya sabes como.

—Si, ya, como mi madre. Me largo.

Les pasé por el lado, mi hombro golpeó el brazo de Diego y estaba tan enfadada que quería ir tirando cosas a mi paso, por si fuera poco había un revuelo de personas en la calle que entraban y salían y miraban mi coche.

De camino a la residencia el teléfono me empezó a vibrar, pensé que sería mi padre pero en un STOP revisé que era Noah, mi mejor amiga, lo dejé correr. Ella estaba un par de habitaciones alejada de la mia así que en cuando llegué al campus pasé por su habitación.

—¡Dios! —me saltó encima y me toco la cara—. ¿Pero estás loca? Pensé que te había pasado algo.

—¿A mi?

—¡Sí, idiota! ¿Qué has hecho en tu cuarto? Encima te vas y te dejas la puerta abierta.

Dudosa, me acompañó hasta mi habitación, Noah había cerrado la puerta pero cuando la abrí el enfado que llevaba se convirtió en algo de miedo. Todo estaba revuelto y me faltaba el ordenador.

—¿Dónde has ido? —insistió.

—A casa de mi padre —mentí—. Me voy a quedar uan temporada con él.

Quería mucho a Noah, lo sabía todo de mi pero no le conté de la charla de esa noche con mi padre ni de las amenazas. Conocí a Noah el primer año de universidad y teníamos un montón de planes para cuando termináramos los estudios, y para esos planes necesitaba tener una vida estable y sencilla.

—¿Por qué? —siguió preguntando pero me empezó a ayudar a recoger algunas cosas.

—Debe de haberle entrado depresión, lleva mucho tiempo solo.

—Tu padre debería echarse una novia.

—Dejaré que caiga esa conversación.

Doblé algo de ropa y la guardé en la maleta que llevaba mucho tiempo debajo de mi cama, olía a cerrado pero era lo que tenía. Noah me guardó los libros de clase y todos mis apuntes esparcidos en la mochila de clase y cargadas como pudimos bajamos a mi coche. Volví a subir solo por comprobar que no me faltara nada más: creía que no.

Rehice el paseo en coche hasta el club, llegué casi pasadas las doce de la noche y me di cuenta de que todo seguía muy vivo: había más motos y mujeres con poca ropa para el frío que hacía. Me volvieron a ver salir del coche y golpeé la puerta metálica del club.

—¿Y tú quién eres? —me preguntó el chico que me abrió y parecía ser casi menor de edad.

—Estoy buscando a Roy, es mi padre.

Pareció sorprendido y casi me pidió perdón por hablarme brusco. Gritó y mi padre apareció por el pasillo junto a las escaleras.

—¿Y bien?

Resoplé, odié darle la razón.

—Me han revuelto la habitación en la residencia y se han llevado mi ordenador.

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