4. CIUDAD

Una pequeña niña corre a todo lo que puede asustada mirando como unos extraños se acercan por el sendero que ella iba, hasta meterse entre unos arbustos temerosa, guardando silencio hasta que las voces se alejan sin que la hayan descubierto. Todavía se queda escondida un rato más por si acaso le da por volver y la atrapen si sale. Cuando una voz muy conocida la hace saltar.

 — Gil, cariño, ¿qué haces escondida ahí? —pregunta una bella mujer inclinándose para ver por entre los arbustos.

—Nada mamá, es que las personas me miran extraño y se burlan de mí —contestó saliendo, sintiendo que estaba segura en los brazos de su madre.

—No es extraño amor, es solo curiosidad.

 Trató de explicarle una vez más, su madre. Pues era verdad lo que decía la niña, su hermoso cabello  blanco y sus peculiares ojos hacían que todos la miraran como si ella fuera algo malo. No eran pocas las veces que tenían que escapar por tal motivo de los lugares.

—¿Por qué mi pelo es blanco, mamá?

—No lo sé cariño, fueron los designios de los dioses —contestó ella lo que realmente creía, no tenía otra explicación para tal hecho.

—¿No puedes pintarlo?

—¿Para qué quieres que lo pinte? Eres muy hermosa así hija.

  Van caminando, por un sendero del bosque rumbo al poblado. Habían ido a recolectar algunos frutos. Cuando están por llegar a la casa, ven como salen varias personas de la misma y se esconden. Cuando ya se han alejado lo suficiente, corren y entran en la casa por la puerta trasera, en el salón su padre tenía la cabeza agarrada con las manos, al sentirlas llegar la levanta.

—¿Llegaron? ¿No tuvieron problemas? —pregunta preocupado.

—¿Qué quería el jefe del pueblo aquí? —pregunta a su vez la mujer.

—Lo de siempre, ya sabes, mucho habían tardado. Vino a decirme, que tenemos que abandonar el pueblo.

—¿Por qué? ¿Qué nueva desgracias nos achacaron? ¿Adónde vamos a ir?

—No lo sé querida, pero nos dieron hasta la noche para irnos, o seríamos perseguidos. Así que recoge todo y vámonos.

—Está bien querido, vamos Gil, recoge lo más necesario, no podemos cargar mucho.

 En media hora se ponen en camino, su padre la carga para poder caminar más rápido, deben de dejar el territorio antes que caiga la noche. Al fin lo logran, están fuera del poblado. Se sientan a descansar un rato. Ya es noche cerrada. La luna brilla en el cielo.

—Vamos a ver, si encontramos una cueva querida. Encenderemos fuego, la noche va a ser fría.

—Creo que en aquella montaña, puede que encontremos donde refugiarnos.

Caminan en medio de la vegetación, hasta llegar a la falda de la montaña. Una gran gruta se encuentra un poco más arriba, escalan con algo de dificultad, hasta que al fin llegan.

—Gil linda, ven deja que te abrigue más.

—¿Por qué mamá? No tengo frío, es hermoso aquí, mira papá las estrellas.

—Si amor, es hermoso. Pero ve a ponerte más ropa, la noche va a ser muy fría.

—¿Dormiremos aquí papá?

—Si linda, lo haremos. Mañana tenemos que decidir para donde ir.

—Creo que deberíamos irnos a la ciudad. Allá, mi prima nos puede albergar hasta que podamos buscar donde vivir.

—¿Recuerdas por qué dejamos la ciudad, querida?

—Sí, pero eso no ha vuelto a pasar, desde que adquirieron el color gris, no han vuelto a ser dorados.

—No quiero arriesgarme, prefiero que busquemos otro pequeño poblado.

—No amor, en la ciudad hay muchas personas.  Es más fácil ocultarnos. Además, podemos ponerle lentes de contacto que le cambie el color de los ojos.

—Eso es verdad, no lo había pensado. Tiene cinco años, ahora entiende lo bueno y lo malo. Está bien, con las primeras luces del día, nos iremos a la ciudad.

  Duermen en la cueva, la noche es muy fría por lo que han dejado la fogata encendida. Gil duerme en medio de sus padres. Un ruido hace que abra los ojos. Mira atentamente, unos ojos rojos la miran con atención, se asusta, y se esconde entre sus padres.

Pero siente como unos pasos se acercan, vuelve a levantar la cabeza y se encuentra con un enorme lobo, sentado al lado del fuego que la mira con sus ojos rojos . Gil no sabe por qué, pero esos ojos la atraen, se acerca al lobo que se echa.

Llega temerosa a su lado, el lobo mueve su cola despacio. Gil pierde el miedo y acerca su mano hasta que siente como el lobo levanta la cabeza y choca su nariz con su manita. Sonríe feliz, y roza su nariz con la de él.

—¿Tienes frío? Yo también, aquí en el fuego es rico, ¿verdad?  

 El lobo la contempla extasiado mientras mueve su cola en señal de amistad. Gil, se sienta a su lado, comienza a acariciarlo en la cabeza. Él entrecierra los ojos sintiéndose muy feliz. Ella se cansa y se recuesta a su lado, el calor que despide el lobo, hace que de a poco se quede dormida. El animal la envuelve con su cola, y se queda así hasta que siente que el padre de ella se mueve, se marcha sigilosamente, hasta estar detrás de unos arbustos. Donde se queda vigilante cuidando de que nadie se acerque al lugar.

—Querida, querida, despierta. Ya tenemos que irnos —llama el padre poniéndose de pie. La madre busca asustada a su lado al no sentir a la niña.

—Gil, ¿dónde está Gil?

—Mírala allí cerca del fuego, parece que tenía frío.

—Gil querida despierta, ya tenemos que irnos —la llama su mamá.

—Mamá, ¿viste mi lobo? —pregunta todavía adormilada, girando la cabeza buscando por todas partes.

—¿Qué lobo, querida? Debes haber estado soñando. Vamos amor, tenemos que llegar hoy a la ciudad.

 Bajan por el lado opuesto de la montaña, hasta salir al sendero que va a la ciudad, siempre seguidos por el enorme lobo sin que se dieran cuenta. Un auto que pasa de una pareja de ancianos los recoge y les hace el favor de llevarlos hasta el centro. Se dirigen a la casa de la prima de la madre, pero ella ya no vive ahí y nadie sabe decirles para dónde se mudó.

—¿Y ahora qué hacemos, querido?

—Vamos a tratar de encontrar un cuarto bien barato, tenemos unos ahorros, nos dará hasta que encuentre trabajo.

—Yo también puedo trabajar.

—Está bien querida, lo haremos los dos.

Deambulan por la ciudad por muchas horas sin encontrar nada  de lo que buscan, hasta pasado el mediodía caminan hasta llegar a un pequeño café.  Se introducen en él,  y compran algo para comer. Luego de que les sirven salen y se sientan en un pequeño parque a descansar que queda justo al cruzar la calle sintiéndose algo perdidos.

—Es grande la ciudad querida.

—Sí, muy grande, aquí podremos ocultar bien a Gil.

—¿Crees que los enemigos aún la buscan? Era una bebé cuando la salvamos. Ellos no deben ni saber que nació, a lo mejor piensan que mi Luna escapó con ella, no nosotros.

—Estoy segura que no descansarán hasta que den con ella. Ellos saben que ni tú ni yo dejaríamos a nuestra Luna sola. Y Gil es tan peculiar que se van a dar cuenta de que no nos pertenece, enseguida descubrirán de quién es.

—Han pasado muchos años desde que pasó aquello. No han mandado a nadie por ella. Deben pensar que murió igual que nosotros.

 Explica el hombre mientras come su emparedado observando como Gil juega un poco más allá con unas ramas y hojas de los árboles. Todo este tiempo se han mantenido constantemente moviéndose de un lugar a otro. Primero huyendo de los enemigos, segundo porque las gentes en los poblados siempre se asustan por el color del cabello y los ojos de la niña y la culpaban de todas las cosas malas que sucedían siempre queriendo sacrificarla.

—No importa, todavía no es tiempo de regresar —lo saca de sus pensamientos su esposa que come igual que él mirando la niña. —La seguiremos cuidando por una eternidad. La quiero como si fuera nuestra, no quiero que le pase nada.

—¿No crees que debiéramos decirle quién es? Y declararle qué somos nosotros. Extraño ser yo, correr libremente por el bosque, convertirme en mi verdadero ser. 

—Todavía es muy pequeña, esperaremos hasta que cumpla dieciséis años. Aguanta un poco más querido ya falta poco. Después de eso nos iremos a vivir solos a una montaña y la entrenaremos. No sé los designios que tienen los dioses con ella y nosotros, pero yo no le fallaré a mi Luna.

 Se quedan en silencio un tiempo más comiendo lo que compraran en el café y descansando sus doloridos pies, para seguir en la búsqueda de trabajo, pero sobre todo de un lugar dónde pasar la noche. Cuando una voz a sus espaldas los hace girar.

—Perdón, señores. ¿Pudieran por favor ayudarme con algo?— les pregunta una señora entrada en años— es que se me ha roto mi auto y no puedo dejar mis paquetes dentro de él hasta que vengan a buscarlo, se me echaría a perder las cosas, y debo hacer la entrega en tiempo. Les pagaré por sus servicios.

— ¡Sí señora, con mucho gusto! —dice el padre de Gil poniéndose de pie de un salto.

—¡Oh, qué niña tan exótica! —exclama al Gil acercarse—, ¿es suya?

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