Él gruñó, realmente gruñó.

Y juro que oí el sonido de su cinturón desabrochándose como si fuera un trueno en mis oídos. Quería que lo usara, que me marcara, que lo envolviera alrededor de mi garganta mientras se metía tan profundo dentro de mí que no pudiera recordar cómo se sentía estar intacta.

Quería su polla, sus manos, su aliento en mi cuello mientras me decía que era sucia, perfecta y suya. Quería que me hiciera ahogar, que me hiciera sollozar, que me hiciera gritar tan fuerte que olvidara que tenía un nombre.

Luego lo sentí, su calor justo detrás de mí.

Grueso, duro, enojado., su polla se arrastró contra mis pliegues y temblé, porque no estaba lista, no físicamente, mentalmente o emocionalmente.

Y ese era todo el jodido punto.

—¿Quieres que te perdone, pequeña loba? —Murmuró mientras la punta se presionaba contra mi agujero goteante—. Entonces tómalo, toma cada centímetro, toma mi polla tan profundo que te olvides de cómo mentir.

Luego se metió dentro de mí.

Y me rompí.

***

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