—Ella ni siquiera sabe lo que me ha hecho —susurré—. No tiene ni puta idea de que ese coño dulce y desordenado tiene más poder sobre mí que cualquier trato que haya firmado. He matado por menos de lo que ella me dio esta noche.
Abrí los ojos, volví a mirar la tela empapada y, joder. La visión de esa mancha oscura y pegajosa en el centro me hizo apretar la garganta.
—Me suplicaste con esto, ¿verdad? —Pregunté, sosteniendo las bragas como si pudieran responder—. Tu coño empapó esto, antes de que yo siquiera te tocara ya eras mía, ya te dolía, ya estabas esperando ser reclamada. No lo dijiste con la boca, pero esta cosita de mierda aquí... —arrastré mi pulgar por el centro, frotando el punto húmedo lentamente—. Esto fue tu consentimiento.
Otro aliento tembloroso, otro gemido, más profundo ahora.
—¿Crees que alguna vez voy a olvidar esto? —Le pregunté al cajón, como si fuera un confesionario oscuro—. ¿Crees que alguna vez dejaré que otro hombre respire cerca de ti, sin recordar a qué olías