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Fuera de mi vida, ex esposo.
Fuera de mi vida, ex esposo.
Por: Emily Rose
Capítulo 1. Acuerdo de divorcio.

POV Isabella.

Estaba en mi escritorio, sumergida en un mar de documentos, intentando descifrar los números y las fechas que bailaban ante mis ojos. De repente, una vibración insistente me arrancó de mi concentración.

Tomé el teléfono, esperando encontrar el nombre de alguna colega o un mensaje de mi amiga, pero la pantalla reveló algo inesperado: Jeremy Walton. Mi corazón dio un brinco en el pecho, Jeremy era mi jefe y mi esposo en secreto.

Una ola de nerviosismo me invadió, tan fuerte que mis manos comenzaron a sudar. ¿Por qué me llamaba justo ahora, en medio del día laboral? Nuestra regla de oro era mantener las cosas estrictamente profesionales en la oficina.

Cualquier llamada de él fuera de lo común, especialmente una inesperada, significaba que algo importante, o quizás algo malo, estaba sucediendo.

La pantalla seguía iluminada con su nombre, y cada segundo que pasaba sin contestar aumentaba mi ansiedad. ¿Sería algo de la empresa? ¿O algo personal que no podía esperar a que llegáramos a casa? Un nudo se me formó en el estómago.

Estaba ahí, mirando la pantalla de mi teléfono que parpadeaba y vibraba. En ese instante, se me olvidaron por completo los papeles que tenía en mis manos. Dejé todo, cerré la oficina y contesté la llamada.

—Hola —dije, y sentí cómo apretaba el teléfono con fuerza, mi corazón latiendo rapidísimo.

La voz de Jeremy, tranquila, sonó al otro lado.

—¿Dónde estás?

—Estoy en mi oficina —le respondí.

—Bien —dijo él—. Nos vemos en la sala de juntas ahora, te estaré esperando.

Y colgó. Me quedé con el teléfono en la mano, sin saber qué pensar. ¿Una junta? ¿Ahora? Y que me estuviera esperando... Definitivamente, algo raro pasaba.

Salí disparada de mi oficina, casi corriendo hacia la sala de juntas. Jeremy, era el presidente de la Corporación Walton.

Era una locura. Nadie, absolutamente nadie en la empresa, sabía que estábamos casados. Para todos, él era el soltero más codiciado y rico de la ciudad, el sueño de muchas. Y yo, su asistente, era en realidad su esposa.

Era un secreto que teníamos que guardar muy bien, y a veces, como ahora, se sentía un poco extraño.

Nuestro matrimonio... bueno, eso era otra historia. Fue todo por un contrato. Antes de casarnos, éramos solo jefe y empleada, casi ni nos hablábamos.

Pero el padre de Jeremy lo obligó a casarse para poder darle la presidencia de la empresa. Jeremy era su único hijo y, según su padre, tenía que guardar las apariencias.

Sin embargo, una vez que Jeremy obtuvo lo que quería, dejó sin efecto ese compromiso y me mantuvo en el anonimato.

Su padre, que siempre andaba viajando de un lado a otro, prácticamente se había olvidado de nuestro matrimonio. Nos casamos en secreto, bajo un acuerdo, con la condición de separarnos en tres meses.

Aunque compartíamos el mismo apartamento, cada uno dormía en su propia cama. Teníamos que mantener nuestro matrimonio lo más discreto posible, incluso en casa éramos completos extraños.

Al principio, Jeremy ni siquiera vivía mucho allí, solo lo hizo para complacer a su padre.

Supongo que el padre de Jeremy, al principio, sí tenía la esperanza de que lo nuestro fuera un matrimonio de verdad, de esos normales.

Quería que Jeremy sentara cabeza y tuviera una familia, por eso lo de la presidencia. Pero su plan, claro, fracasó. Jeremy tenía sus propias ideas, y en ellas no entraba un matrimonio convencional conmigo. Para él, solo era un paso más para conseguir lo que quería.

Antes de entrar, me aseguré de que mi ropa estuviera bien y luego observé a mi alrededor para confirmar que nadie más estaba cerca.

Después, toqué la puerta de Jeremy. Su voz, algo fría, me dio permiso para pasar. Abrí la puerta y entré. La gran sala de reuniones estaba impecable. Jeremy estaba sentado en un sillón, fumando un cigarrillo, el cual apagó en cuanto me vio.

Me acerqué a Jeremy, y mientras caminaba, noté su mandíbula marcada. Desde donde yo estaba, no podía verle toda la cara.

—Siéntate —me dijo Jeremy.

Cuando me senté, vi un papel sobre la mesa. Jeremy lo deslizó hacia mí. Pero en vez de mirar el documento, mis ojos se fijaron en sus dedos, largos y fuertes. Hasta sus manos me parecían muy masculinas.

—Fírmalo —soltó Jeremy con altivez. Solo después de que me lo pidió me di cuenta de lo que ponía en el papel: era un acuerdo de divorcio.

La decepción me invadió, pero no dejé que se notara en mi cara. Por eso, Jeremy creyó que no me importaba y que estaba tranquila. Él se había imaginado que yo haría un escándalo por su idea de divorciarse de mí.

«Es un acuerdo de divorcio. ¿De verdad quiere divorciarse, Jeremy?», pensé.

Solo habían pasado dos meses desde que nos casamos y era la primera vez que Jeremy me pedía que nos viéramos en la sala de juntas a solas; sin embargo, era porque quería el divorcio.

No sabía si sentirme alegre, triste o enojada por este cambio tan repentino en mi vida de casada. No sabía cómo reaccionar. Mis padres me habían enseñado a ser razonable, así que no pude discutirle a Jeremy ni perder la calma.

Mis padres, que son personas honradas y trabajadoras, viven en la Ciudad de México. Ellos me educaron para ser una mujer refinada, sensata y distinguida, de esas que no se alteran ni hacen escenas como locas.

La decepción me invadió, pero levanté la cabeza y miré a Jeremy. Con calma le pregunté:

—¿Por qué te quieres divorciar?

—Simplemente quiero hacerlo y ya —contestó Jeremy sin dudar.

«¿Quiere el divorcio? ¿Entonces tengo que firmar este papel solo porque a Jeremy se le ocurrió separarse de mí y terminar con nuestros dos meses de matrimonio?», pensé. La furia crecía dentro de mí.

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