Teo se sentó a mi lado en el sofá de la oficina del señor Córdoba. Un silencio tenso reinaba mientras el director se quitaba la chaqueta del traje y se remangaba la camisa. Debía ser una rutina suya y ciertamente, una que me gustaba. De hecho, podría hacer que me enviaran a su oficina de forma regular sólo para presenciar ese espectáculo de brazos. ¿Cómo podía un hombre tener unos brazos tan atractivos? Seriamente esperaba que ninguno de los hombres en la habitación tuviera el don de la telepatía, porque de seguro me echarían del reino si pudieran oír siquiera la mitad de los sucios escenarios que mi cerebro estaba reproduciendo en ese momento.
—¿Estás bien? —preguntó Teo, sacándome de mi ensoñación.
—Sí —respondí demasiado rápido.
—Parece que te habías ido un poco —dijo suavemente, luego extendió la mano apartando el cabello de mi cara y colocándolo detrás de mi oreja.
Supuse que no era telepático, de lo contrario probablemente no estaría siendo tan dulce conmigo en ese momento.
—Sól