Adicto a los castigos
María Isabel

Burak y yo estamos tomando un delicioso té negro, él mismo lo hizo y debo decir que sabe muy bien, ninguna cafetería a la que he ido logró este sabor. Por el momento estamos solos, bueno, pancho también. Los demás salieron hace dos horas.

Me cuenta cientos de historias de cuando eran pequeños, no paro de reír por las tonterías que hacían desde los 6 años.

— ¿Cómo es que Amin metió su cabeza en su agujero? — dejo el té sobre la mesa, de tanto reír voy a tirarlo sobre mi.

— No sé, cuando fuimos a buscarlo estaba escondido allí como una avestruz — me duele el estómago de tanto reír, hace años que no me pasaba esto.

— Y ahora se hace el muy serio el gilipollas — una tos seca corta mi risa — ¿Está detrás de mi, verdad? — asiente riendo con los labios apretados.

— Hoy voy a romper tu culo a nalgadas — la voz de Amin suena muy enojada, por lo que salgo a correr antes de que atrape — ¡Lo siento! Pero no pude evitarlo — grito en lo que corro para salvar mi vida, el hombre ave
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