La traición se viste de amiga

CAPITULO II

LA TRAICION SE VISTE DE AMIGA

Ana deambuló por la ciudad sin rumbo cierto, y entró en un par de sitios para resguardarse de la lluvia. Componía una triste figura, y suspiraba como si el mundo que ella conociera, se estuviera derrumbando. Solo le quedaba su amigo Ramón en aquella ciudad, y el peligro de que su marido la persiguiese allá donde fuera, era demasiado patente. No podía quedarse en la ciudad de Oviedo, tenía que irse y cuanto antes. Lloró con desconsuelo, y se dejó llevar por sus sentimientos intentando relajar la tensión que acumulaba en su interior. Las horas le parecieron siglos, y ya empezaba a dar síntomas de debilidad, cuando miró su reloj. Eran las dos de la tarde, y su estómago ajeno a todo lo que no fuera alimentarse se rebelaba. Cuando veía en la televisión casos de mujeres maltratadas le parecía tan lejano todo aquello… pero le empezó a suceder a ella, y una sensación desconocida, mezcla de estupor, culpabilidad, e indefensión se apoderó de ella, para siempre como un amo cruel. Aun le dolían los golpes que le propinara por la mañana su marido, el brazo parecía que se le fuera a partir de un momento a otro, y la espalda, se le arqueaba a causa del dolor. Solía comer en un restaurante que hacía esquina con la manzana en la que ella vivía, por lo que le resultaba cómodo acudir a él. Hoy más que nunca necesitaba un lugar que la acogiese, que le diera protección. Conocía a todos los camareros, y ya era como de la familia. Nada más entrar Fernando, fue a su encuentro para saludarla como si hiciese años que no la veía.

            -¡Señorita Ana! cuanto tiempo sin verla por aquí la hemos echado de menos…

Ella le miró con agradecimiento, en aquellos momentos difíciles todo rasgo de cariño, era bienvenido. Fernando y ella, habían forjado una amistad a base de verse en el local que el regentaba. Se trataba de un hombre joven, amable, y que la hacía sentir en casa, algo que le gustaba sobremanera. Fernando se extrañó de que la reacción de Ana, fuese tan fría, y observó que su expresión era de miedo contenido, como si alguien la persiguiese. Se acercó un poco más a ella, y con voz baja y suave le preguntó:

-¿Está bien señorita Ana?.La noto preocupada, si puedo hacer algo por usted…

-Tengo mal día eso es todo,-le dijo alzando la cabeza, intentando mantenerle al margen.

-Perdone que insista, pero usted no tiene nunca malos días, será el primero-la sonrió.

-Tráigame un café bien cargado lo necesito.

A pesar de la confianza que se tenían siempre se habían tratado de usted, y Ana no se explicaba la razón. Quizás fuese la hora de cambiar eso…Sentía frío y era un frío interior, del que no lograba librarse. También estaba cansada, pero no quería regresar a su casa, donde seguramente, aun estaba su marido. Le había cogido un miedo cerval, y solo de pensar que lo tendría delante de nuevo, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Afortunadamente, Fernando llegó con el café y un platito de galletas, que depositó sobre la mesa. Nadie preparaba los cafés como él, tenía un don.

-¿De verdad está bien?¿quiere algo más?

-Si, en realidad si Fernando. ¿Le parecería bien que nos comenzásemos a tratar de tú?, nos conocemos desde hace mucho tiempo, creo que…

-De acuerdo,-le impidió terminar-a mi me parece bien. ¿Te importa que me siente unos minutos contigo? Hoy no hay mucha gente.

-Si por favor, un poco de compañía me hará bien.

-Cuénteme, cuéntame, ¿Qué es eso tan importante que te roba la expresión?.

-Es difícil de decir, pero aunque hay cosas que solo vemos en la televisión, a veces nos sucede a nosotros, y nos parece algo demasiado irreal para ser cierto.

-Cada momento que pasa siento aumentar dentro de mí la intriga…-ironizó.

-Lo siento, es que me resulta terrible revivirlo.-le miró llorando.

-Vale, vale, si te vas a sentir mal no lo cuentes…

-No, no, me vendrá bien sacarlo fuera. Es mi marido…me pega…-confesó bajando la cabeza.

-No te avergüences, es él quien debería hacerlo, vivimos en unos tiempos en todo el mundo parece haberse vuelto loco, matando a sus mujeres, pegándolas, y creando una atmósfera de inseguridad increíble. –le acarició el brazo que le enseñaba, con ternura, sabiendo que dentro de sí libraba una dura contienda contra sí misma.

-Gracias Fernando, lamento echar sobre ti el peso de mis penas, pero es que estoy muy mal, muy mal…

-Tómate el café anda, te voy a traer unos dulces para que lo acompañes, invita la casa.

El cariño de Fernando, y el calor que le aportaba el café que el preparaba como nadie, le reconfortó, y se quitó el abrigo que dejó en una silla a su lado. Fernando, no tardó en regresar, con una bandeja de dulces que el mismo horneaba, y la depositó en la mesa. Le sonrió abiertamente, y empezó a bromear con ella, contándole anécdota que le ocurrían a diario. No tardó en reírse de alguna de ellas que realmente, era graciosa. Fernando era un buen conocedor de la sicología humana, no en vano llevaba diez años regentando su local. Había escuchado todo tipo de confesiones, confesiones que seguro que muchos sacerdotes no habían oído jamás, y eso que él era un ateo convencido. Hacía algunos años perdió en un trágico accidente a su pareja, y al hijo que iba a tener con ella, le supuso dos años de tratamiento y tener que autoreconstruirse a si mismo desde cero. Un amigo suyo empleó este truco para contrarrestar en lo posible el dolor que le laceraba el alma, y consiguió que al menos no se derrumbase del todo. Ahora parecía que daba buen resultado con Ana también, por lo que insistió en animarla sin que ella se diese cuenta. Tiempo tendría de llorar amargamente.

Afuera, como si el clima se enfadase con el mundo, el viento arreciaba, y se mezclaba con una lluvia nutrida, que se colaba por debajo de los paraguas. Oviedo entera, se rebullía en sus abrigos y corría por las calles en busca de refugio para librarse del temporal que la azotaba.

Ramón continuaba inmerso en su colaboración con la ONG, “SIGMO”, que se encargaba de socorrer a los niños que le entregaba el estado en custodia, a fin de protegerles de los maltratadores que quebraban sus vidas como una caña rota, marcándoles de por vida en algunos casos. El solía donar generosas cantidades para esta ONG, pero empezaba a sentir la necesidad de hacer algo más directamente algo que supusiera un compromiso mayor…Su padre era un rico empresario, muy conocido en los círculos financieros, y elitistas de Oviedo, con lo que le resultaba sumamente fácil, recaudar fondos cuando se precisaba. No obstante se sentía cada vez más utilizado, y menos realizado, era preciso hacer algo, ¿quizás una ONG propia? no era mala idea del todo desde luego, pero …no le llenaba la idea, no, quería una cosa más directa aun si cabe. Se levantó y se sirvió otro whisky, al que esta vez echó dos cubitos de hielo. Esa era su costumbre cuando algo se le resistía.

-No sé, no sé,…quizás me esté comiendo la cabeza, para nada, por mucho que yo haga, no podré solucionar todos los problemas, pero es tan frustrante… tiene que haber alguna cosa diferente que se pueda hacer, y que no se haya hecho aun.-se frotó la cabeza revolviéndose el pelo, como intentando estrujar su cerebro.

De pronto le vino a la mente Ana, y como si esto pesase más de lo normal para él, se sintió impotente, rabioso,-le dio un trago al whisky, y se sentó retrepado en su asiento anatómico-¿Cómo era posible que alguien pudiese siquiera pensar en golpear a una criatura tan dulce como era Ana ?no lograba entenderlo. El sol asomaba tímidamente entre las nubes, y daba la sensación de que al fin la furia de los elementos, decrecía. La luz coloreaba las piedras de los edificios, y acariciaba las fachadas de las orgullosas casas de rancio abolengo, que se erguían como una señal enhiesta, contra el tiempo. La luz jugueteaba creando sobras y luces, en un alarde interminable, mientras el tiempo se iba consumiendo.

El sonido del portero automático sonó con fuerza, despertando a Ramón, que se había quedado dormido en el orejero. Se frotó los ojos, miró el reloj, y comprendió que debía ser Ana que esperaba para subir a verle.  Se atusó el pelo  compuso su arrugada bata, para recibirla, y pulsó el botón de apertura. Ana presentaba una extraña apariencia, entre abatida, y triste, que no presagiaba nada bueno, a la vista de Ramón. Sus ojos de habitual alegres, y brillantes, eran ahora brasas apagadas, sin vida en sí mismos. La experiencia  que estaba sufriendo, le pasaba factura. Aun y con todo, Ramón no quiso exteriorizar sus impresiones, y sonrió en un intento de suavizar su dolor.

-Ana,¿ cómo lo llevas? –se sintió estúpido por la pregunta, cuya respuesta era más que evidente. Siéntate mujer, ¿quieres tomar algo? te vendrá bien. Dame tu abrigo, lo colgaré y así estarás más cómoda.

Ramón que en todo momento estaba pendiente del estado de ánimo de ella, sirvió un licor de ciruelas en una delicada copa y la dejó delante de Ana, en una pequeña mesita auxiliar. Vio como ella, se echaba hacia atrás en el sillón, y sus manos engarfiaban los reposabrazos como si fuesen una tabla de salvación flotando en la inmensidad del mar. La tensión le afloraba sin que ella pudiese evitarlo. En la chimenea, justo detrás de ellos, ardía un falso fuego, que sin embargo “caldeaba” el ambiente, haciéndolo más acogedor. En medio de esta atmósfera, Ana comenzó a abrirse a él, detallándole lo que pensaba hacer a partir de ahora.

-He pensado marcharme por algún tiempo de la ciudad, al menos hasta que se me pase este dolor que me lacera como un verdugo cruel que no me deja pensar en otra cosa. Tengo una amiga en Madrid, que me acogerá en su casa, y quizás incluso busque trabajo allí. Voy a necesitar ese dinero que me ofreciste, pero solo lo cogeré con una condición, y es que te lo devolveré, es un préstamo.-Le miró con seguridad.

-Venga Ana somos amigos ¿desde cuándo? ¿desde la “uni”?¿cómo voy a prestarte nada? Te lo doy y en paz. Además te lo doy muy a gusto.

-Nos conocemos desde antes de que estudiásemos en la “uni”, pero eso no es motivo suficiente para que yo abuse de tu generosidad, ni de tu amistad. Así que solo lo aceptaré si es como un préstamo, me sentiré mejor de esa manera. Ahora más que nunca, necesito sentir que controlo mi vida, y quiero darle un comienzo…

-Vale como tú quieras, no me gusta pero lo acepto-alzó las manos en signo de resignación-¿Cuánto te parece que será suficiente?¿dieciocho mil euros bastarán?

-Por dios Ramón eso es una barbaridad, ni que fuera a dar la entrada para un piso…

-Bueno pues tú dirás, ya que me lo vas a devolver, no te quedes corta…

Con seis mil euros me sobra, ten en cuenta que pretendo encontrar un empleo y ganarme mi propio dinero para vivir. El la miró con admiración, como si la viese por vez primera. Una mujer que renacía de sus propias cenizas, para hacer frente a la vida, con un coraje renovado por el dolor y la pena. Sabía no obstante, cuanto le costaba dejar la ciudad que la viera nacer, y a la que tanto amaba. Allá afuera le esperaba una urbe nueva, desconocida…

-¿Qué te parece si me cambio y nos vamos a tomar algo ,podríamos rememorar viejos tiempos, emborracharnos…

-Me parece bien, ¿por qué no? puede que me ayude a olvidar un poco todo lo que está pasando…

-¿Te he dicho que te admiro?-le soltó mientras se dirigía al baño. Me ducho y en seguida estoy.-anunció.

Ana le habló desde el salón, subiendo el volumen de la voz para compensar el ruido que hacía el agua al caer con fuerza. Entretanto, Ramón dejaba que el chorro de agua le despejase de la modorra que aun le pesaba, y sintió como la sangre volvía a circular alcanzando su cerebro, que de nuevo funcionaba a pleno rendimiento. Estuvo un buen rato bajo el chorro de agua, y no se dio cuenta de que Ana había dejado de hablar. De pronto, como si regresase de algún lugar perdido en un distante planeta, se dio cuenta del hecho, y preocupado, casi chorreando salió de la ducha, y se enfundó una toalla a la cintura, de cualquier manera, para echar un ojo a su invitada, que estaba de espaldas en completo silencio. No le gustaba nada el aspecto que tomaba aquella situación, pues tras aguzar el oído, escuchó como sollozaba con las manos tapándose la cara. Se le acercó dejando huellas de sus pies húmedos por todo el piso.

-¡¡Eh!!¡¡eh!!,¿Qué pasa? venga mujer que no estás sola, esto es un mal momento que pasaremos juntos tus amigos y tu y se diluirá en el cerebro, como una pesadilla.

Ana, asintió con las pocas fuerzas que pudo reunir, y aún más emocionada, comenzó a hipar, a la vez que se sonaba. Ramón la tomó por su larga y negra cabellera, con suavidad, y echó su cabecita sobre su hombro derecho, abrazándola contra este.

-Vamos no seas tonta, llora, llora cuanto necesites, es bueno, no pasa nada, va, venga ,que no te voy a dejar sola en este trance.

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