Desde el día que fue secuestrada Nadia no había sabido que era sentir de nuevo felicidad. La habían tenido encerrada en un cuarto oscuro y pequeño por tantos días y sin un rayo de sol que nunca supo cuantos días habían sido. Después la habían llevado a un recinto donde la habían desnudado y presentado desnuda delante de muchos extraños. No conoció sus rostros pues sus ojos habían sido vendados.
Esa noche había terminado amordazada en una cama, sus manos esposadas, su piel ardiendo y su interior roto con su virginidad. Los recuerdos de ese día siempre habían sido tan vividos que se prometió que nunca le harían eso de nuevo.
Había luchado con uñas y dientes para liberarse, pero esa escena se repitió noche tras noche, solo que estas veces solo podía saber el estado de su cuerpo una vez despertaba en la mañana desp