Los dedos de Abby crujían de forma constante mientras su chofer manejaba y el silencio era una tortura.
Se dirigían a casa, y a pesar de que quería tomar una ducha caliente y comer algo decente, ella no quería poner un pie en lo que ni siquiera podía llamar un hogar. El silencio de Marshal era abrumador, y a la vez la ponía más inquieta.
Quería decir cualquier cosa, su silencio solo la hacía parecer asustada, como si debiera algo, como si hubiese hecho algo mal. Y estaba tan cansada de eso. Miró por la ventana y sintió que el aire estaba demasiado frío.
—¿Tom, podrías apagar el aire acondicionado? —pidió de forma amable y en respuesta el hombre asintió con una sonrisa.
Pero ni siquiera se pudo ejecutar el acto cuando la voz de su marido resonó en todo el interior.
—Déjalo como está&hell