—Todos quieren que te quedes. —dijo Diego, bajando la mirada hacia ella—. Pero yo deseo aún más...
—No sigas, iré. —interrumpió Irene, con las orejas ardiendo de vergüenza.
—El té estaba delicioso. —añadió, poniéndose de pie.
—Entonces, déjame prepararte un poco antes de que te vayas. —ofreció Diego—. ¿Subimos?
—Iré sola...
Antes de que pudiera terminar, Diego ya le había tomado la mano. Irene se quedó en silencio.
Diego la acompañó al piso superior y, tal como había prometido, la condujo a otra habitación.
Irene estaba un poco nerviosa, pero afortunadamente, Diego la llevó a la habitación, le hizo una breve presentación del lugar y salió por su propia cuenta, cerrando la puerta tras de sí.
Irene se sentó y suspiró aliviada. Temía que Diego intentara besarla, y no sabía cómo rechazarlo.
Ahora su relación con Diego era confusa, siempre haciendo cosas tan íntimas, e Irene sentía en su interior una sensación difícil de expresar.
Sabía que, con solo asentir, Diego estaría más que dispuesto