No se puede negar que la cara de Diego era engañosa. A pesar de haber peleado con Ezequiel y tener algunas heridas, su belleza seguía intacta. De hecho, esas marcas le daban un aire de desfachatez masculina que acentuaba aún más su atractivo.
Nieves, que estaba furiosa, al ver esa cara perdió impulso. Su rostro se sonrojó y, sin querer, adoptó una expresión de niña inocente. Dejó de golpear la puerta, se ajustó la ropa y asumió un aire de vulnerabilidad.
—¿Quién eres tú? ¿Conoces a la mujer que está adentro? —preguntó, tratando de sonar desafiante.
—¿Qué haces aquí gritando? —Diego ni se percató de su cambio de actitud y solo cuestionó.
—No estoy gritando. —Nieves se sintió herida—. La mujer adentro está intentando seducir a mi papá, ¡vengo a buscarla!
—¿Buscar a quién? ¿A tu papá?
—¿Qué voy a buscar a mi papá? —Nieves se exasperó—. ¡Vengo a enfrentar a esa mujer!
—Con tu edad, tu papá debe tener unos cuarenta o cincuenta años, ¿no? ¿Está senil o tiene alguna discapacidad? ¿Por qué no