Para Diego, cada vez que él cedía, reconocía sus errores y se humillaba, Irene no bajaba la escalera. Era un poco... ingrata. Nunca pensó que el amor ocuparía la mayor parte de su vida.
Los hombres deben ser ambiciosos y luchar en el mundo de los negocios; aquellos que se aferran a los afectos y lazos no eran lo que Diego valoraba.
Cuando Irene trabajaba en el hospital, él ya tenía sus reservas. Tenía la capacidad de ganar dinero; ¿no sería mejor que Irene se quedara en casa como ama de casa, disfrutando de la vida, como Lola, comprando ropa y paseando por las calles, dedicándose a él con cariño y dependencia?
Pero, ¿qué pasó? Irene era como un cardo. Él ya no exigía más, había pedido disculpas, y ella seguía actuando con superioridad.
Muy bien, ¿verdad? ¿No era ella la que pensaba que él vendría a buscarla? Esta vez, haría que Irene viera que sus juegos ya no funcionaban frente a él.
Y luego... no había más. Irene se fue, sin dejar rastro. Ella había bloqueado todas sus formas de comu