—¿Y cómo lo vencemos entonces? —pregunté, intentando contener el temblor en mi voz—. Si lo matamos, su magia se dispersará y fortalecerá a su ejército. Si matamos a su ejército, él se hará más fuerte. Y si lo sellamos, corremos el riesgo de causar un desequilibrio en el flujo mágico, sobre todo ahora que posee dos de las gemas. No es por ser pesimista, pero necesitamos entender lo que estamos enfrentando.
—Esa es la parte más difícil —reconoció Connor—. Porque, honestamente, no tengo una solución.
—Entonces estamos como al principio —intervino el Rey Erick, con evidente frustración—. Sin un plan claro para vencerlo.
—Tal vez… tal vez sí exista una forma —dijo Connor después de una pausa—. Aunque desconozco los detalles. Hace años, en Deimos, comenzaron a surgir lamentos entre criaturas que habían perdido a sus seres queridos. Al principio no fue grave: eran lamentos de categoría baja, especialmente entre duendes. Pero todo cambió cuando un dragón comenzó a convertirse en uno de ellos.