— Gale, escucha… no puedes contarle esto a nadie. Por favor — le pedí con voz baja, casi en un susurro desesperado.
Asintió de inmediato, sin protestar, aunque ya empezaba a entusiasmarse con ideas descabelladas — ¡Claro! Debes mantener tu identidad secreta a salvo. Eso significa que necesitas un gran nombre de superhéroe —
Yo sabía que para él todo esto era como una fantasía hecha realidad. Pero para mí no lo era. No había nada de mágico ni heroico en lo que vivía. Solo responsabilidad, dolor y consecuencias.
— Gale, no puedo hacer nada de eso. Tienes que entenderlo — dije, bajando la voz — Hay situaciones muy complicadas que giran en torno a mi poder. Si continúo usándolo aquí, pondría en riesgo a todos los que están cerca de mí. No me lo perdonaría si algo le pasara a las personas que amo —
Él me miró con una mezcla de comprensión y otra emoción más difícil de nombrar. Luego preguntó, en voz casi inaudible — Y… entre esas personas, ¿estoy yo? —
La pregunta me tomó por sorpresa. No porque no tuviera una respuesta, sino porque sabía que no era la que él esperaba — Está claro que eres importante para mí. Eres mi mejor amigo, Gale —
Mi voz fue suave, pero firme. Él entendió. No dijo nada más, aunque la decepción se notó en sus ojos. Y aun así, se mantuvo a mi lado.
El resto del día transcurrió sin incidentes. Gale seguía entusiasmado, aunque había dejado de insistir en la idea de que me convirtiera en una especie de heroína urbana. Ahora su curiosidad estaba dirigida hacia mis poderes: cómo funcionaban, desde cuándo los tenía, qué podía hacer.
Yo, por mi parte, solo le expliqué lo básico.
Le conté que podía controlar los cuatro elementos —agua, fuego, tierra y aire—, crear escudos de energía y lanzar algunos ataques simples. Nada del otro mundo, al menos para alguien de Dargenthu. Todos los guerreros allá podían hacerlo, aunque en distintas proporciones según su linaje y su entrenamiento.
Durante el resto de la semana, las cosas se calmaron. Para mi sorpresa, la atención pública sobre el video viral comenzó a desvanecerse. La gente siempre encuentra algo nuevo con qué distraerse, y yo me refugié en ese olvido colectivo como quien se esconde en la niebla.
Con cada día que pasaba, me sentía más tranquila. Tal vez... tal vez las cosas volverían a la normalidad.
Pero no contaba con lo que sucedería al final de esa semana.
Era viernes. Estaba en mi última clase del día. El aula estaba en silencio, apenas perturbado por la voz monótona del profesor y el suave tecleo de algunos compañeros. Yo escuchaba con atención, o al menos fingía hacerlo, cuando algo sucedió.
Una voz.
“Andy…”
El sonido no venía de ningún lugar físico. Era como un susurro que resonaba directamente en mi mente. La reconocí al instante, aunque no podía identificar su origen. Sonaba lejana, apagada por la distancia del tiempo, pero tenía un peso emocional tan fuerte que me atravesó el pecho.
Lo sentí en el corazón.
Lo sentí como si fuera él…
Pero no podía ser.
Él se había ido hace mucho tiempo. Y no volvería.
O al menos, eso creía.
“Andy… prepárate. La guerra se acerca”
El escalofrío que recorrió mi espalda no fue de frío, sino de presagio.
Y supe, en lo más profundo de mí, que algo estaba a punto de comenzar.
La voz volvió a sonar en mi mente, tan clara como si estuviera a mi lado. No había duda… era él.
¿Una guerra?
La palabra resonó en mí con un peso imposible. Nada tenía sentido, y sin embargo, algo en el ambiente había cambiado. Sentí una presión invisible, como un escalofrío que se desliza por la columna y anuncia peligro.
Algo estaba mal. Muy mal.
Estaba por intentar rastrear la fuente de esa energía cuando, de repente, gritos estallaron fuera del aula. El alboroto fue inmediato, seguido por un estruendo brutal que hizo temblar las paredes y detuvo el corazón de todos por un instante.
Yo lo supe de inmediato.
Un lamento… y no uno de los débiles.
La energía que sentí me heló la sangre. No era como la de aquel en el restaurante. Esto era distinto. Más denso y letal.
Gale me miró desde su pupitre, los ojos abiertos por el miedo y la confusión. Se acercó de inmediato — Andy, ¿qué sucede? —
No sabía cómo explicarle. Nunca le hablé de los verdaderos peligros de los lamentos de alto nivel, ni del horror que podían desatar.
— Escucha… debes alejarte de aquí. Ya —
No necesitó más. Asintió con seriedad, pero antes de marcharse, sacó algo de su mochila. Una máscara plateada, sencilla pero elegante. Me la tendió sin dudar.
— Toma esto. Te ayudará a mantener tu identidad oculta —
Lo miré, agradecida, y tomé la máscara en silencio. Le pedí una vez más que se pusiera a salvo, y corrí hacia el origen de la conmoción.
En el patio central de la universidad estaba la criatura.
Un lamento de categoría B.
El aire era una mezcla de caos y pánico. Los estudiantes corrían en todas direcciones, gritando sin saber de qué huían exactamente. La energía del lamento era abrumadora, alimentada por el miedo, la desesperación, el dolor… y el odio. Ese era su alimento principal.
Los lamentos de bajo nivel se alimentan del odio que habita en el alma humana. Pero los de categoría B van más allá: provocan el dolor, siembran el caos, y desatan la muerte para absorber el sufrimiento que generan.
Y entre más personas mueren, más fuerte se vuelve.
Si no lo detenía pronto, se convertiría en algo imposible de enfrentar… especialmente en mi estado actual.
No tenía otra opción.
Me puse la máscara que Gale me había dado sin que nadie lo notara y me adentré en la escena. Una barrera de energía emergió a mi alrededor mientras extendía un campo de fuerza frente al lamento, bloqueando su camino y protegiendo a quienes aún intentaban escapar.
El impacto de su magia contra mi escudo fue brutal. Cada golpe retumbaba en mis brazos como un trueno que quería hacerme caer.
Pero no podía permitirme fallar.
No podía soltar la barrera, no mientras hubiera alguien corriendo.
Quería atacar. Tenía que hacerlo. Pero si bajaba la defensa, aunque fuera por un segundo, alguien saldría herido. O muerto.
Mis opciones eran limitadas. Tenía que resistir.
Aguantar.
Soportar.
Por favor… que todos logren huir…
¿Pero cuánto tiempo podré resistir así?
Con cada embestida de la bestia, la barrera que había conjurado se debilitaba más y más. Sentía cómo mi magia, junto con mi energía vital, se desvanecía, como arena escapando entre los dedos. Solo podría resistir un ataque más… tal vez dos si tenía suerte.
El siguiente impacto fue devastador.
La barrera cayó. Y con ella, caí yo.
No tenía tiempo de reaccionar. Estaba a punto de recibir un golpe directo del lamento cuando, de pronto, un ataque de fuego surgió desde un costado, obligando a la criatura a retroceder.
— ¿Liam? —
Ahí estaba. Mi hermano.
Había llegado justo a tiempo.
Sin perder un segundo, creó un remolino de fuego que envolvió a la bestia, reteniéndola lo justo para darme un respiro.
— Andy, ¡debes crear el sello ahora! Tenemos que evitar que se alimente, o no podremos hacer nada contra él —
Tenía razón. No bastaba con golpearlo. No bastaba con detenerlo. Había que sellarlo.
Pero… ¿cómo podía hacerlo con la escasa magia que me quedaba?
— Liam… hace mucho que perdí mi magia. No creo que pueda hacerlo… —
Antes de que pudiera responderme, el lamento lanzó un relámpago negro que impactó de lleno contra el edificio detrás de nosotros, reduciendo parte de la estructura a escombros ardientes.
— Andy, no has perdido tu magia — dijo él con firmeza — Solo debes intentarlo —
Sus palabras eran firmes. Y llenas de fe.
Yo quería intentarlo. De verdad quería. Pero el miedo me paralizaba. No era solo el temor a fracasar, sino el terror a perder el control. A que esa parte de mí, la que había sellado con tanto esfuerzo, despertara y se desatara sin piedad.
— No puedo, Liam… No puedo arriesgarme a perder el control otra vez —
Mientras yo luchaba contra mis propios miedos, él seguía enfrentando a la criatura, que crecía con cada segundo, alimentándose del pánico de todos los que estaban alrededor. Lo sabía. Los lamentos sentían el miedo como perfume en el aire, y este lo estaba devorando con ansias.
— Andy, el miedo de las personas lo está fortaleciendo. Se hace más poderoso con cada momento que pasa. Si no hacemos algo ahora, destruirá todo. ¡Deja el miedo atrás! Confío en que puedes hacer esto —
Lo miré. Su fuego. Su determinación. Su confianza en mí.
Era ahora o nunca.
Cerré los ojos. No tenía elección. Tenía que sellarlo, costara lo que costara.
Y así, con el corazón temblando y los recuerdos más oscuros asaltando mi mente, me obligué a levantarme.
Debo proteger este lugar. No importa lo que cueste.
— Sello de seis puntas — susurré, comenzando el conjuro.
Para mi sorpresa… mi magia respondió.
La energía fluyó desde mi pecho, recorriendo mis brazos, mis piernas, iluminando el aire a mi alrededor. La estructura del sello comenzó a formarse, como líneas de luz danzando en el aire, rodeando al lamento, atrapándolo dentro de una jaula de energía viva.
Pero no era suficiente.
El lamento rugió, golpeando contra las paredes mágicas con una violencia que hacía temblar los cimientos del conjuro. El sello comenzó a desestabilizarse. Si recibía suficiente daño, colapsaría.
No. No puedo permitir que eso pase.
Debía dar el máximo de mí. No bastaba con invocar el poder. Tenía que liberarlo.
Tomé una bocanada de aire, y con un suspiro largo y profundo… solté el temor. Lo dejé ir. Permití que abandonara el espacio donde lo había guardado por años. Solo así podría romper el muro que mantenía mi magia encadenada.
Y entonces, lo sentí.
Mi poder, mi verdadero poder, despertó.
El sello comenzó a brillar con más fuerza, y su estructura se volvió estable. Firme. Inquebrantable.
Pero con ese despertar, también llegaron las marcas.
Sobre mi piel comenzaron a aparecer símbolos púrpura, antiguos y abrasadores. No eran visibles para los demás, pero los sentía arder, como si fuesen grabados a fuego.
Sellos de limitación.
Restricciones impuestas por fuerzas que yo no comprendía del todo, pero que me impedían usar mi poder en su totalidad. Quemaban. Impedían. Controlaban.
Aun así… no me detuve.
El sello estaba casi completo.
Y no pensaba fallar.
Finalmente, el sello se cerró por completo.
El lamento quedó atrapado, su energía oscura comprimida dentro de la jaula mágica que habíamos creado. Pero mientras el silencio regresaba al campus, me di cuenta de algo que había pasado por alto durante la batalla: las marcas.
Las mismas marcas que limitaban mi magia comenzaban a brillar con un tenue fulgor púrpura en mi piel. Habían reaparecido.
No podía ignorarlas. Eran una maldición vestida de protección.
Fueron impuestas por mi madre, la reina, después de aquel incidente.
— Andy, ¿te encuentras bien? — preguntó Liam, acercándose con el rostro preocupado.
Abrí la boca para responder, pero me congelé al notar la sangre en su ropa. Un manchón oscuro se expandía en la manga de su brazo izquierdo.
— Estás herido — exclamé, tomándolo con cuidado — Déjame revisar —
Al levantar la tela, lo confirmé. Una herida abierta, ennegrecida en los bordes. Un rayo oscuro lo había alcanzado. Era peor de lo que pensaba.
— Te dio uno de sus rayos. Tenemos que purificar la herida de inmediato o la corrupción se extenderá por todo tu cuerpo —
Liam se mantuvo sereno, como si no fuera gran cosa. Pero para mí, era una visión dolorosa. Demasiado familiar. La última vez que alguien fue alcanzado por un rayo de un lamento… no sobrevivió. Y yo no pude hacer nada.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos.
Solo existen dos personas capaces de purificar la esencia de un lamento. Es un don reservado exclusivamente para las mujeres de la familia real.
— Es una suerte que estés aquí — murmuró él, intentando aligerar la tensión.
— No… no es suerte. No estarías herido si yo hubiera podido sellarlo antes. Esto es mi culpa. Lo siento — dije, con la voz quebrada.
Liam me miró con ternura, aunque no dijo nada. Entonces sus ojos se posaron en mi rostro, o mejor dicho, en lo que lo cubría.
— Veo que ahora llevas una máscara — comentó.
Recordé que aún tenía puesta la máscara que Gale me había dado.
— Sí. No quiero que las personas me reconozcan —
Concentré mi energía y purifiqué la herida de Liam. La esencia oscura se disipó lentamente como humo en el viento. Luego tomé una venda y se la coloqué con cuidado.
— Ya está. Solo hay que mantenerlo cubierto. No deberías tener más problemas —
Mientras terminaba de vendarlo, me di cuenta de que varias personas comenzaban a acercarse. Algunos aún estaban demasiado aturdidos para hablar, pero otros ya estaban grabando con sus teléfonos.
El caos se había transformado en curiosidad.
Los rumores comenzaron a correr como pólvora. ¿Quiénes eran esos dos? ¿De dónde venían? ¿Qué clase de poderes usaban? Para ellos, éramos superhéroes. Misteriosos. Poderosos. Salidos de la nada.
Afortunadamente, gracias a la máscara, mi rostro no aparecería en ninguno de esos videos.