Aunque Maximilian no se lo esperaba, recibió una visita inesperada de su madre, Ana. Ella apareció en su puerta con unos tuppers de comida casera, asegurándole que había preparado lo que más le gustaba. La visión de su madre, con ese aire maternal y cálido, hizo que una sonrisa se dibujara en el rostro de Maximilian. Se levantó del sofá y se dirigió hacia ella, abrazándola cariñosamente. Ana correspondió con el mismo cariño y dulzura, sintiendo que su hijo necesitaba ese contacto humano más que nunca.
—¿Cómo te has sentido estos últimos días? —preguntó Ana, su voz suave pero preocupada—. He pensado mucho en ti durante toda esta semana. Me pregunto si realmente estás bien después de lo de Amelia...
Maximilian asintió con la cabeza, pero el gesto no fue suficiente para ocultar la tormenta de emociones que se agolpaba en su interior. Se separó de ella y tomó la comida que le trajo, agradeciéndole con un tono que trataba de ser tranquilo.
—Madre, agradezco que hayas venido hasta aquí, per