El domingo llegó teñido de un sol brillante, el tipo de día perfecto para nuevos comienzos. Joseph y Giselle habían planeado un día especial. Por la tarde, se encontraron en un café acogedor, el aroma a café recién molido y pastas dulces flotando en el aire. Después decidieron caminar un poco. Las hojas de los árboles danzaban suavemente, creando un telón de fondo idílico para el momento que se avecinaba.
—Este día ha sido maravilloso, Giselle —dijo Joseph, deteniéndose y ella lo imitó, su voz suave y llena de calidez. Sus ojos se fijaron en los de ella, un brillo de nerviosismo y esperanza en ellos.
Giselle sonrió, su corazón latiendo un poco más rápido.
—Sí, lo ha sido, Joseph. Contigo, los días siempre son mejores, debo confesar que incluso si eso un día lluvioso, será perfecto si te tengo a mi lado.
Joseph tomó sus manos, entrelazando sus dedos.
—Giselle, desde hace un tiempo, he sentido algo muy fuerte por ti. Algo que va más allá de lo que imaginé. Siento que contigo, t