Capítulo VIII: Destinos quemados

Cuando el amanecer llegó y Scott abrió los ojos, no supo a ciencia cierta donde estaba, se irguió repentino, sentía como si su cabeza se partía del dolor intenso, miró alrededor, pero cuando vio a ese cuerpo a su lado, se quedó petrificado, levantó las sábanas para descubrir su desnudez, se levantó de inmediato y al sentir su movimiento, Laura se levantó y lo observó

—Cariño, son solo las seis de la mañana, vuelve a la cama.

—No, y ahora levántate, ¿Cómo llegaste aquí? —exclamó confuso

—Solo quería verte, saber que estabas bien, eso es todo. ¿Qué pasa?

—¡No debes estar aquí! ¡Nunca debiste haber venido! —exclamó en un grito que la asustó, parecía tan enojado

—¿Por qué me hablas así? —dijo con reproche y frustración, él se vestía, y ella también lo hizo

—Porque no tenías nada que hacer aquí, los dos nos iremos ya mismo de aquí.

—No, yo quiero que cuando nos casemos, esta sea nuestra casa, nuestro hogar hermoso.

—¡Nunca!

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