Cuando Regina despertó luego de tanta tortura, se enteró de lo peor: no podría ser madre.
Un sueño que había tenido a lo largo de su vida, simplemente quedó pisoteado por personas ambiciosas y obsesivas. Porque eso era lo que habían sido Mónica y Alicia. Dos desquiciadas que la habían arruinado.
Ahora ambas mujeres estaban muertas, dejándole un daño irreparable y ese era su imposibilidad para concebir.
Nicolás se mantenía a la orilla de la cama, contemplando sus lágrimas y odiaba la sensación de generar lástima, así que hizo lo que creyó necesario.
—Vete —ordenó con voz fría sin mirarlo.
—Regina… —Trató de hablar y ella lo acalló, levantando la mano.
—No quiero oírte —le dijo. Y quizás estaba descargando su frustración con la persona equivocada, pero qué más daba—. Ya tuve suficiente de todo esto. Quiero estar sola. Así que, por favor, vete.
El hombre obedeció, levantándose con los hombros hundidos. La miró una última vez y en sus ojos pudo distinguir el anhelo y la angustia que s