Al día siguiente llego a la agencia muy temprano antes que todos los empleados, ni siquiera a Milángela esperé, llegué con mi cara bien lavada, pero con el corazón partido, pero no era el momento de ponerse a llorar, había mucho trabajo por hacer, así que me monte mi delantal de diseñadora y a trabajar.
Me fuí para el taller y entre líneas, papeles, telas y tijeras dejo que el tiempo me atrape, estaba tan absorta en mi trabajo que no escucho a Milángela que me llama.
—Fernanda, Fernanda, escúchame por favor.
Paro lo que estoy haciendo y la miro.
—¿Qué pasa, por qué me llamas?
—Fernanda, no estás bien, ¿qué te pasa?, amiga aquí estoy puedes confiar en mí.
Las lágrimas asomaron a mis ojos.
—Amiga ven, vamos a sentarnos.
Milángela me lleva hasta un rincón del taller dónde está una mesita con tres sillas a su alrededor.
—Te escucho Fernanda.
Sin pensarlo mucho se lo suelto.
—Marlon es el padre de mi hijo.
—Me lo suponía, lo