Adeline y Jason seguían envueltos en los brazos del otro. El calor de su abrazo era tan reconfortante que Adeline no quería soltarse.
Poco a poco, se separó y volvió a alzar la mirada hacia el rostro de su esposo.
—Jason… ¿sabes algo? Ayer, cuando todavía no despertabas… estaba aterrada. Pensé que ibas a dejarme. Tenía muchísimo miedo —dijo en voz baja, con un temblor cargado de inocencia y vulnerabilidad.
Jason le dedicó una sonrisa suave.
—No tienes que tener miedo. Nunca te dejaré —respondió, atrayéndola de nuevo hacia su pecho.
—Bien. Ahora deja que te dé de comer, y luego tienes que tomar tu medicina —añadió Jason. Tomó el plato de comida que había preparado el personal del hospital y, levantando una cucharada, la acercó a sus labios.
—Vamos, abre la boca —la animó.
Adeline abrió la boca obedientemente y comenzó a masticar.
—¿Ya comiste y tomaste tu medicina? —preguntó, con las mejillas infladas por la comida.
—Comí y tomé mi medicina esta mañana —respondió Jason.
Sus movimientos