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Isabella se dio la vuelta.

—¿Sí, señora? —preguntó con una sonrisa.

Eleanor se levantó lentamente de la cama y caminó hacia ella. Sus ojos brillaban con lágrimas mientras observaba de cerca el rostro de Isabella. Luego, sin previo aviso, la rodeó con los brazos y la atrajo hacia un abrazo tembloroso.

—Mi nieta… —susurró Eleanor, con la voz quebrada mientras las lágrimas corrían por su rostro. Isabella se quedó rígida, sorprendida, incapaz de devolver el abrazo.

“Mi nieta…”

Las palabras resonaban una y otra vez en sus oídos.

—Señora, ¿se encuentra bien? —preguntó Isabella con cautela.

Eleanor se separó y tomó su rostro entre las manos con delicadeza.

—Soy yo, querida. Tu abuela.

—¿Mi abuela? —Isabella sonrió con torpeza—. Claro, señora. Siempre la he considerado como una.

—No, niña —dijo Eleanor, negando con la cabeza—. Lo digo en serio. Soy tu verdadera abuela.

—Señora, creo que está cansada. Sería mejor que descansara —respondió Isabella, intentando mantenerse educada.

Eleanor volvió
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