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Isabella seguía acostada en su cama, con el rostro pálido y marcado por lágrimas. Cada pocos segundos se limpiaba las mejillas, intentando calmar el dolor en el pecho. Ni siquiera se dio cuenta cuando Max apareció de repente en su habitación.

—Max —jadeó, secándose rápidamente las lágrimas—.

Se incorporó y se apresuró hacia él.

—¿Por qué has vuelto? ¿Olvidé incluir algún documento? —preguntó, forzando una pequeña sonrisa como si todo estuviera bien, aunque sus ojos traicionaban su verdad.

Max no respondió. Solo se quedó allí, mirándola en silencio.

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