Sebastián miró a Seraphyna, ella dormía sobre a cama, el doctor recién se había marchado y logró calmar el frenesí de la joven.
Él acarició su mejilla, le miró con amor y paciencia, no entendía en qué momento su pequeña hija sucumbió ante tal infierno, solo quería ayudarla y curarla, daría su vida porque así fuera, salió de ahí y fue a la habitación de los gemelos, admiró lo hermosos e inocentes que se veían ahí recostados en su cuna, eran como algo sublime, incapaz de ser dañados, sus caritas pequeñas, y sus gestos suaves y tiernos.
Violeta se acercó a él
—Cada día se parecen más a ti.
Él sonrió
—Mientes, tienen el cabello rojo de mi madre, pero son idénticos a ti en lo bello, tengo miedo —dijo de pronto y ella sintió una zozobra en su interior
—¿De qué?
—¿Y si soy yo el culpable de todo? ¿Qué hay de mí? ¿Si mis niños tienen el futuro de Seraphyna y Hugh? No sé si pueda resistirlo.
Violeta acunó su rostro entre sus manos y siseó con suavidad
—Escucha, los padres somos como un