cap.3

Capítulo 3: El Confronto Inicial

El camino hasta la mansión fue silencioso. Aurora observaba las luces de la ciudad pasar por la ventana, pero su mirada estaba perdida. El miedo crecía dentro de ella a medida que el coche se alejaba de la vida que conocía. Sin su amiga, la gobernanta, a su lado, se sentía completamente sola, preguntándose qué la esperaba en aquella casa que sería su próxima morada, junto a un hombre que claramente la había odiado a primera vista.

En el asiento delantero, el asistente de Andrews rompió el silencio:

—¿Está seguro de que desea llevarla a casa esta noche, señor?

El corazón de Aurora se contrajo. Incluso sin mirarlos, podía sentir la tensión en el aire.

—¿Qué esperaba? ¿Que la dejara en un hotel? —La voz de Andrews era fría, despiadada—. Ahora es mi esposa. Además, si se lo pusiera fácil, escaparía y perdería cualquier rastro de esa mujer.

Aurora apretó los dedos contra la tela del vestido. Él hablaba de ella como si fuera un objeto, un problema que debía resolverse.

—Pero no era ella con quien el señor pensaba casarse… Esto nos tomó por sorpresa —confesó el asistente, vacilante.

Ella sintió el peso de esas palabras como un cruel recordatorio de su posición allí. No era deseada. No era bienvenida.

El silencio volvió, roto solo por el pitido del teléfono móvil de Andrews. Aurora no se atrevió a girar el rostro, pero sintió que la atmósfera cambiaba. Él se tensó. Algo en ese mensaje lo había molestado.

—No tiene idea con quién se está metiendo… —murmuró él, en voz baja, cargada de furia.

Aurora apartó la vista de la ventana. Un escalofrío recorrió su espalda. No sabía qué planeaba aquel hombre, pero estaba segura de que pisaba terreno peligroso.

Cuando el coche se detuvo en la propiedad, Aurora bajó sola. La gobernanta que la recibió parecía amable, pero había algo en sus ojos que indicaba cautela. ¿Miedo, quizás?

—Sus maletas ya están en la habitación principal —informó.

Aurora dudó. Parte de ella esperaba que Andrews la obligara a quedarse en la misma habitación, pero, al parecer, él estaba demasiado ocupado rumiando su rabia.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. No porque se sintiera aliviada, sino porque, en el fondo, sentía un placer casi infantil en desafiarlo. ¿Qué podía hacer él?

Mientras avanzaba por el lujoso pasillo, sus ojos se perdieron en la grandiosidad del lugar. La imponencia de la mansión la hacía sentirse pequeña, pero también despertaba su curiosidad.

—El baño está listo. Su baño tibio y sus ropas están sobre la cama, señora —informó la gobernanta—. Si necesita algo, solo llame.

Aurora murmuró un agradecimiento antes de entrar en la habitación. En ese momento, se dio cuenta de que estaba en un juego cuyas reglas aún desconocía.

Por un instante, se sintió como una princesa, rodeada de cuidados que parecían tan lejanos a su realidad. Había ropa nueva sobre la cama, y la habitación, aunque lujosa, tenía un aroma peculiar. El perfume en el aire recordaba algo masculino, algo que no debería estar allí. El ambiente era sombrío e imponente, sin ningún toque de calidez. No era el tipo de habitación que imaginaba para sí misma, pero, por algún motivo, no le importó.

Caminó hacia el baño, cerrando la puerta tras de sí. El sonido del agua caliente cayendo sobre su piel fue un alivio inmediato, disipando un poco la tensión que aún permanecía en su cuerpo. Aquella noche, pensó, tal vez pasaría sin más sorpresas. Al menos, eso esperaba.

Se puso el camisón que la gobernanta había dejado para ella, una prenda de seda negra que se ceñía perfectamente a su cuerpo, resaltando sus curvas de una manera que la hizo sonrojar. Su cabello aún estaba húmedo, cayendo en suaves ondas alrededor de su rostro. El contraste entre sus mechones oscuros y su piel delicada le daba un aire casi etéreo. Sus ojos, con una inocencia que no coincidía con la situación, hacían que su rostro pareciera ingenuamente bello, y su expresión tranquila escondía el torbellino interior que intentaba no mostrar.

No quería que él supiera cuánto le incomodaba la situación. Pensó que quizá podría relajarse por un momento, pero la noche estaba lejos de terminar. Con un pequeño suspiro, abrió la puerta del baño.

Y fue entonces cuando vio la figura frente a ella, y su sonrisa se desvaneció. Su cuerpo se congeló. Su piel palideció al instante.

Él estaba allí.

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