La novia que se acercaba tenía rasgos semejantes, pero era visiblemente más joven. El vestido caía perfectamente sobre su esbelto cuerpo, y aun con el velo cubriendo parte de su rostro, Andrews podía notar su expresión vacilante, como si estuviera pisando un terreno peligroso.
El corazón de Andrews no se aceleró, no se perturbaba con facilidad. Pero lo que sintió en ese momento no fue sorpresa… fue odio. Cerró los puños manteniendo la expresión serena, aunque en su mente ya contemplaba el peor escenario.
Había sido engañado.
Su verdadera prometida, la mujer que debería estar allí, había desaparecido y lo había entregado a una sustituta. ¿Y él? Estaba a punto de firmar un matrimonio con una completa desconocida, ante toda la sociedad.
Pero Andrews Westwood jamás sería visto como un hombre humillado y engañado.
Su rostro permaneció impasible. Ninguna emoción se reflejó mientras la novia se detenía a su lado. El velo fue retirado, revelando un rostro que jamás había visto de cerca, y los flashes comenzaron a registrar cada segundo. En ese instante, la nueva esposa de Andrews fue presentada al mundo.
La joven parpadeó, algo nerviosa, como si esperara alguna reacción de él.
Pero Andrews solo sonrió. Una sonrisa fría y calculada.
Tomó su mano, acercándola levemente, solo para que las cámaras captaran un gesto supuestamente afectuoso.
—Bienvenida al infierno, querida —murmuró entre dientes, casi inaudible, pero ella lo escuchó. Tragó saliva y se estremeció ligeramente, aunque se recompuso.
La ceremonia prosiguió sin incidentes. El “sí” fue pronunciado, los votos fueron dichos y los aplausos llenaron el salón. Pero dentro de Andrews, una oscura tormenta comenzaba a formarse.
No le importaba quién era esa mujer. Para él, no era más que un peón en el juego que su ex había comenzado. Y si esa chica inocente había sido lo bastante tonta para involucrarse en aquella farsa, tendría que afrontar las consecuencias.
—Ella puede haber pensado que sería fácil humillarme, incluso si yo pierdo, pero ella perderá mucho más —murmuró en sus pensamientos mientras recibía las felicitaciones.
Cuando Donovan se acercó discretamente tras la ceremonia, notó el brillo peligroso en los ojos de Andrews.
—¿Qué piensa hacer? —preguntó en voz baja.
Andrews sonrió, ajustando los gemelos de oro de su chaqueta.
—¿Ella pensó que podía escapar de mí? Se equivocó. No se libró del matrimonio… solo entregó a toda su familia en mis manos.
Sus ojos grises brillaron con una promesa cruel.
—Voy a destruirlos a todos.
Donovan tragó saliva, pero no dijo nada. Sabía que Andrews jamás hacía amenazas vacías.
Y, en ese momento, la joven novia, aún perdida en su nueva realidad, ni siquiera imaginaba que acababa de casarse con un hombre dispuesto a destruirla a ella del mismo modo que haría con su antigua esposa.
—¿Qué sabe sobre la mujer que estaba en el altar conmigo? —preguntó Andrews en un suspiro tranquilo.
—No lo sé bien… ¿qué hará ahora que cedió la mitad del monto que mi ex pidió y qué hará con la otra mitad del dinero?
—Firmé el acuerdo, así que envía la otra parte. Tienen respaldo para demandarme y conseguir mucho más de lo que pidieron si me echo atrás.
—Cierto, me encargaré de eso cuando lleguemos a casa. Interrogaré a la señora Blonsson para saber quién es la joven que vino en su lugar —respondió mientras Andrews miraba la puerta de la sala donde su esposa estaba.
—La fiesta ha terminado, cierra todo y vamos a casa.
—¿Irá ella en el mismo coche?
—Mándala con otro chofer, la quiero lo más lejos posible de mí —ordenó. Donovan se alejó, pero la curiosidad lo llevó a acercarse a la puerta donde Aurora se encontraba.
Ella permanecía en silencio, los dedos entrelazados en el regazo, aún sintiendo el peso de la alianza recién colocada en su dedo. Su mirada perdida delataba la tormenta de pensamientos que la consumía.
La expresión sombría de su nuevo esposo seguía grabada en su mente. Desde el momento en que él la vio en el altar, no mostró verdadera sorpresa, solo algo peor: un desprecio contenido, calculado.
El alivio que sentía ahora era contradictorio. El matrimonio estaba consumado, pero al menos no habría nada más entre ellos. No sería tocada, y eso le daba una falsa sensación de seguridad.
—Señora Westwood, ¿es así como debo llamarla ahora? —la voz amable de la ama de llaves la devolvió a la realidad.
La mujer, de cabello canoso recogido en un moño, la miraba con una mezcla de preocupación y dulzura. Había acompañado a Aurora desde la ceremonia, asegurándose de que estuviera bien.
—¿Sí? —respondió Aurora, con voz algo vacilante.
—Sé que todo fue muy rápido, pero trate de no preocuparse tanto. Pronto se acostumbrará.
—¿Cree que… —dijo, dudosa— él querrá que cumpla con mis obligaciones de esposa?
La ama de llaves frunció el ceño, como si la pregunta fuera absurda.
—Oh, mi querida, ¡claro que no! El señor Westwood… bueno, está confinado a esa silla. No puede hacer nada.
Aquellas palabras fueron como un bálsamo para Aurora. Su corazón se desaceleró y, por primera vez en la noche, sintió un verdadero alivio.
—Entonces… ¿ni siquiera me tocará?
La ama de llaves asintió con la cabeza.
—No hay nada que temer, querida. Usted será su esposa solo en el papel. Puede que él sea un hombre difícil, pero no puede exigirle más que eso.
—Qué bueno… sería tan desagradable ser tocada por él y verme obligada a hacer ese papel… —murmuró con alivio.
Aurora suspiró, cerrando los ojos por un breve instante. Tal vez ese matrimonio no fuera tan malo. Tal vez… solo tal vez… podría pasar desapercibida hasta encontrar una manera de escapar de esa situación.
Pero no sabía que cada palabra había sido escuchada.
Al otro lado de la puerta entreabierta, Andrews permanecía inmóvil, sus ojos grises oscurecidos por la sombra de un odio silencioso.
—Es hora —dijo su asistente, empujando la silla para alejarlo.