Dos meses después.
El día del bautizo de los bebés había llegado. Roma apenas podía contener la emoción. La iglesia estaba decorada con flores blancas, y la luz de las velas añadía un aire solemne a la ceremonia.
Cuando el sacerdote derramó el agua bendita sobre las cabezas de los pequeños, Roma sintió que su corazón se llenaba de amor y gratitud.
—Adriana, Ariadna y Benjamín —susurró Giancarlo, observando a los bebés dormidos en sus cunas después de la ceremonia.
Roma miró sus diminutos rostros, tan inocentes y frágiles, y sintió que el mundo era un lugar mejor solo porque ellos existían.
La familia estaba radiante. El sonido de las copas chocando marcó el brindis.
—Brindemos por la felicidad y la unión de nuestra familia —dijo Giancarlo con emoción en la voz.
Las risas y el murmullo de felicitaciones llenaron el salón mientras todos alzaban sus copas.
***
En el jardín, bajo la luz tenue de la luna, Tory y Joel caminaban en silencio, sintiendo la cercanía del otro.
—¿Estás emocionada