Veintiocho.
En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba escrito sus pensamientos más profundos.
Tenía miedo de acercarse, ¿Qué pasaría si en realidad estaba ahí para darle malas noticias? ¿Y si solo regresó para pedirle el divorcio Anastasia estaba vacilando, abrazándose a sí misma, ninguno decía nada, lo que la ponía aún más ansiosa.
Pero hubo una acción en lugar de palabras, una sencilla acción que la haría abandonar todas sus dudas y temores: Los brazos de Erick extendiéndose hacia su dirección.
Y al verlo supo que no necesitaba nada más.
— ¡Erick! — No puede evitar derramar lágrimas cuando él la recibe en lugar de apartarla fríamente. — ¡Erick!
— ¡Ana! — No sabía si ella era la que estaba temblando o si solamente se trataba de él. — Por todos los cielos ¿Dónde estabas? ¡¿Sabes lo preocupado que estaba?!
Cuando regresó, un par de días antes, se topó con la desagradable sorpresa de que su esposa había desaparecido y que sus