POV: Evander Blackwood
La rubia en la tarima no deja de mirarme. Aunque los demás clientes se deshacen en billetes por una mínima muestra de atención de esa belleza, sus ojos —felinos y peligrosos— siguen fijos en mí.
Se mueve al ritmo de la música, lenta, segura, provocadora. Su cuerpo curvilíneo brilla bajo las luces, apenas cubierto por una tanga roja y un sostén diminuto que deja más de lo que debería a la imaginación.
Termino mi vodka de un trago y exhalo con desgano. Me martillea la cabeza; no he dormido bien en semanas. Y no, no es por trabajo. Ni siquiera tengo esa excusa. Todo lo he dejado a la deriva.
Desvío la mirada de la rubia y observo el lugar. Como siempre. Mismo patrón, distinta noche. Voy de bar en bar, de club en club, de restaurante en restaurante. Buscando. Siempre buscando. Nunca encontrando.
Cuando el show termina, mis ojos vuelven a ella. Está bajando de la tarima, pero sigue mirándome con hambre. Entonces me lanza una sonrisa insinuante y se da la vue