Adhara contuvo la respiración por décima vez.
Se encontraba en la cocina junto a Oliver, el lugar era pequeño y la luz del sol se filtraba a través de las cortinas.
Decir que se había acostumbrado a esta nueva dinámica era mentirse a sí misma.
Realmente no se acostumbraba a la presencia de Oliver en su vida, pero no le desagradaba. Era acogedor tener a alguien a su lado para hacer cosas tan mundanas como cocinar.
A los pocos minutos preparó la mesa con tostadas doradas, mermelada de fresa, y un par de huevos revueltos, todo acompañado de un humeante café recién hecho.
Ocupó su lugar en la mesa y miró al hombre a su lado, quien tampoco parecía quitarle la mirada de encima. Sus ojos eran abrasadores e intensos.
—Esto se ve increíble —se mostró complacido ante lo que le ofrecía.
Adhara le sonrió.
—Espero que te guste.
Y así comieron en silencio con aquella agradable tensión invadiéndolos.
—¿Cómo estuvo tu día ayer? —trató Oliver de romper el silencio.
—Fue un día largo, pero pr