Enrique entró a ese lugar, el calor que comenzaba a sentirse era casi insoportable, parecía un infierno.
—¡Amaranta! —gritó con fuerza y desesperación.
No la encontraba por ningún lado, hasta que la vio en un rincón.
—¡Enrique! —ella tosía, un humo denso estaba cubriendo el lugar, y le impedía ver, pero Enrique no se rindió, corrió hacia ella, la cargó a sus brazos, y la cubrió con su chaqueta, como si intentara que ella no respirara ese humo—. ¡Tengo miedo…! —exclamó y de pronto la mujer se desvaneció en sus brazos.
—¡Amaranta! —Enrique tuvo temor de perderla.
Luchó por salir del ligar, vio a unos hombres entrar y lo ayudaron a salir junto a la chica.
Afuera, el aire era puro. Enrique escuchó los gritos de su madre, pero èl en ningún momento soltó a Amaranta.
Escuchó que llegó una ambulancia y sonaba la alarma de los bomberos que estaban llegando.
Enrique llevó a Amaranta con los paramédicos, quienes la subieron a una camilla, debían trasladarla al hospital.
Silvia intentó detenerlo