Capítulo 03
—No te estreses, no malentendí nada —le dije con suavidad—. Vamos, ve y arregla los papeles de adopción. Te esperaré en el coche.

Samuel suspiró aliviado y esbozó una sonrisa alegre.

—Está bien. Espérame en el coche. Ahora regreso.

Caminando hacia donde estaba estacionado, me encontré con un montón de gente de la manada que me miraba y cuchicheaba:

—Qué mal, ella no se entera de nada...

—El Alfa viene casi diario a estar con Lilia. Dicen que ya hasta tienen su acta de unión, así que Elba vendría siendo la tercera en discordia, ¿o qué?

Ignoré todos los comentarios y, con los dedos temblando, le envié un mensaje a mi padre, con quien hacía demasiado tiempo que no hablaba:

«Papá, estoy harta. ¡Ya me quiero regresar a la casa!»

Un momento después de llegar a la casa, recibí una videollamada de él, y me sorprendió la cantidad de canas que habían poblado su cabello, durante los últimos cinco años.

—Hija, ¿Samuel te está molestando?

—¡Papá, te extraño tanto! —dije, sintiendo cómo se me formaba un nudo en la garganta, sin poder contener las lágrimas.

Era como si la discusión de hacía cinco años nunca hubiera pasado. En aquel entonces él me había gritado:

—¡Lárgate! ¡Haré de cuenta que no tengo una hija!

Pero ahora, igual le preocupaba que Samuel me pudiera haber lastimado.

Suspiró, y, con los ojos llenos de cariño y dolor, dijo:

—Pase lo que pase, esta siempre será tu casa. ¡Mañana mismo mandaré a alguien por ti!

Después de colgar, no pude dormir en toda la noche, con el corazón hecho pedazos por la culpa que sentía por haberme alejado de mi familia y de haberme ido con Samuel en aquel entonces.

A la mañana siguiente, cuando bajé, Samuel y Lilia ya estaban desayunando en el comedor con Catalina.

Los tres se veían tan a gusto y bellos, como si fueran parte de una foto familiar perfecta, y yo…, bueno, yo parecía la que quería arruinarles la fiesta.

Al verme, Samuel se puso de pie con nerviosismo y comenzó a:

—Catalina apenas se acaba de mudar y como que no se siente del todo cómoda, Lilia vino a acompañarla unos días. Es solo hasta que se adapte.

Catalina me miró con desconfianza y de repente gritó con todas sus fuerzas:

—¡Quiero que papi y mami me duerman todos los días!

Dicho esto, tomó fuerte las manos de Samuel y Lilia, y las juntó.

Lilia esbozó una media sonrisa, como disculpándose.

—Ay, lo siento, Elba. Es que Catalina es un poco «especial» para dormir. Pero tú eres tan buena que seguro no te molesta, ¿verdad?

Samuel, pálido, abrió y cerró la boca, incapaz de pronunciar una defensa.

Y yo no pude evitar un fuerte pinchazo en mi corazón.

—No se preocupen, no me molesta para nada. Los niños cuando llegan a un lugar nuevo necesitan gente conocida cerca. Mejor vamos a desayunar —respondí, fingiendo tranquilidad, mientras me sentaba a la mesa.

Lilia me pasó un pan con amabilidad, diciendo:

—Lo hice yo, pruébalo. Le puse de tu hierba dulce favorita. —Me guiñó un ojo, sonriendo—: Me lo dijo Samuel. Te lo tienes que acabar todo, ¿eh?

Al tomar el pan, un aroma conocido me indicó que ahí no había nada de hierba dulce, por lo que, rápidamente, volví a dejarlo en el plato y, con la voz temblándome ligeramente por el coraje, dijo:

—No sabía que te gustaba hacer pan con matalobos.

—Elba, aunque no te caiga bien, no tienes por qué decir mentiras en mi contra —exclamó Lilia con los ojos anegados en lágrimas y una expresión dolida.

—Lilia se levantó temprano solo para hacerte pan —me regañó Samuel, por su parte, evidentemente molesto—. ¿Cómo crees que te iba a hacer daño? ¡No seas terca, Elba!

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