Capítulo 3. El mundo jugando en su contra...
Paula apretó los labios para no reír. No pensaba darle ese gusto. Pero había algo en ese hombre que la descolocaba. No era solo el físico (aunque, honestamente, estaba bastante bien). Era su actitud, tan despreocupada y sarcástica como la de alguien que no tenía miedo de decir lo que pensaba.
-- ¿Por qué no me gritaste o me sacaste a empujones anoche? – le preguntó Paula, frunciendo el ceño. Se había hecho esa misma pregunta durante la noche sin encontrar una respuesta. Visiblemente, él era mucho más fuerte que ella, pudo sacarla a patadas si quería... pero Santiago se encogió de hombros.
Ni él mismo podía responder a esa pregunta.
-- No todos los días una mujer atractiva entra como torbellino en tu habitación creyendo que eres su marido infiel. Podría haber llamado a seguridad... pero, ¿quién soy yo para interrumpir un momento tan especial? –
-- Te estás burlando de mí. ¿Sabes quién soy? –
Él suspiró y negó con un movimiento de cabeza.
-- Todavía no. Eso será cuando estemos tomando café y me cuentes la versión extendida. Claro, si quieres seguir desahogándote –
Paula parpadeó. ¿Acababa de invitarla a salir… después de que ella irrumpiera en su habitación, lo besara sin permiso, lo golpeara con una almohada más de una vez y se aprovechara de él a su gusto?
-- ¿Tienes algún problema mental, señor Soler? – preguntó, cruzándose de brazos.
Santiago sonrió con descaro. No sabía si tenía un problema mental, pero lo único que sí sabía era que quería volver a acostarse con esa mujer.
-- Me lo han dicho. Pero también tengo buen gusto. Y tú, querida Paula, eres una historia con piernas. Por cierto, tu aroma y tu cuerpo no están nada mal. Si quieres, podemos volver a la habitación y puedo mostrarte todo lo que puedo hacer para que seas feliz –
Ella no supo si eso era un insulto o un piropo. ¿La estaba llamando mujer fácil o estaba halagando su actuación...? O quizás ambas cosas.
-- Adiós, Santiago Soler –
-- No diría un adiós. Prefiero un hasta pronto, querida Paula –
Y así se despidieron. Como en una comedia romántica sin presupuesto. Ella subió al auto, cerró la puerta con fuerza, y solo cuando el coche arrancó se permitió sonreír.
Solo un poco.
Durante los días siguientes, Paula intentó poner orden en el caos que ahora era su vida. La noticia sobre el escándalo de su fiesta de aniversario y el bebé en camino de su esposo con otra mujer se había viralizado en todas las redes sociales.
Ahora su nombre, que siempre había evitado que apareciera en escándalos, encabezaba los titulares de diarios de baja circulación. Aunque, gracias a ella, comenzaron a venderse como pan caliente…
Paula canceló todas las cuentas que tenía compartidas con Rodrigo, aunque él ya había hecho uso de gran parte de su dinero.
Llamó a su estudio de abogados. También notificó a su madre, quien gritó y lloró, pero luego le pidió la dirección de la amante para, como le dijo en la línea, “irle a romper el alma”.
Después de contarle todo a la persona más importante de su vida, se encerró en su departamento con un arsenal de helado de frutilla y muchas películas de terror. No quería volver a casa. No quería ver el rostro de su marido. Y esta vez no era por el engaño con una mujer mayor ni por el hijo en camino.
Era porque ella se sentía peor. Peor que él.
Por haber pasado la noche con ese tal Santiago Soler.
Esperando o, mejor dicho, rogando no volver a encontrarse con ese hombre, Paula asistió al estudio de abogados, su única fuente de paz en medio del caos. El mismo que había heredado de su abuelo paterno, un juez de renombre que alcanzó la fama años atrás con un caso muy sonado en la ciudad.
Pero el universo tenía otros planes para ella.
Porque Santiago Soler no desapareció de su vida.
Todo lo contrario.
El lunes, mientras Paula se dirigía a su estudio, lo vio. Sentado en una cafetería justo frente al edificio principal. Tenía un periódico sobre la mesa, un café en la mano y una sonrisa como si estuviera esperando a alguien.
-- ¡No puede ser! – exclamó al aire, y se dirigió hacia donde estaba él.
Cruzó la calle como si marchara a la guerra y se plantó frente a él.
-- ¿Estás siguiéndome? –
-- ¿Tan egocéntrica eres? Estoy aquí por el café… y por ti, en partes iguales – le respondió, dejando el periódico a un lado para mirarla con atención.
-- ¿Qué quieres, Santiago? –
-- Te debo una disculpa –
-- ¿Por qué? ¿Por no ser mi esposo? –
-- Por no tener la decencia de dejarte dormir en el suelo después de haber sido agredido por ti. Creo que debí haber sido más hospitalario. ¿Quizás una almohada extra? –
Ella no pudo evitar reír, aunque intentó resistirse. Había algo refrescante en él. Como una bofetada que, en vez de doler, te despierta.
-- ¿Qué haces en la vida, además de provocar accidentes de identidad? –
-- Soy abogado. Ya te lo había dicho antes –
Ella frunció el ceño.
-- ¿Qué es lo que quieres realmente, señor Soler? – le preguntó, y sin entender bien por qué, se sentó frente a él.
-- Una conversación decente. Y, si no es mucho pedir… que me devuelvas la sábana –
Esta vez, Paula no pudo evitarlo, ella sonrío de verdad. No una risa falsa o medida, sino una carcajada desordenada que le aflojó los hombros.
Santiago tenía algo. Algo que hacía que el desastre reciente pareciera menos pesado. Algo que la ayudaba a respirar sin pensar en traiciones ni celebraciones arruinadas.
Y quizás, solo quizás… eso era justo lo que necesitaba.
Esa noche, Paula recibió un mensaje en su celular. Era de un número desconocido.
** ¡Hola, princesa escarlata! Te olvidaste del zapato de cenicienta. ¿Lo paso a dejar… o armamos una escena con ratones cantores y calabazas convertidas en taxi? **
Había sido Santiago. Paula sonrió al pensar que ella no le había dado su número. ¿Cómo lo consiguió tan rápido?
No respondió al instante, pero esa mañana, justo antes de salir de casa, lo pensó. Y tecleó su respuesta con una sonrisa ladeada:
** Solo si vienes sin toalla esta vez **
Lo envió sin esperar respuesta. Ya habían pasado algunos días desde el incidente. Sin embargo, la burbuja de “escribiendo…” seguía apareciendo cada vez que ella revisaba la conversación.
Y ahora, media hora después, lo encontraba frente a su edificio.
Eso sí que era extraño.
Pero por primera vez en días, Paula no sintió que el mundo estaba en su contra.
Pensó, quizás por primera vez desde que todo comenzó, que perderlo todo podía ser el comienzo de algo mejor.
Pero las casualidades no siempre existen.
Santiago Soler no era solo un abogado carismático.
Había vuelto al país con un objetivo claro: vengarse del hombre que metió injustamente a su abuelo en prisión. Un hombre ahora enfermo y al borde de la muerte. Un hombre que, irónicamente, había dejado como herencia su prestigioso bufete a una nieta…
Paula Green