Capítulo 4. Café, ironías y un zapato perdido
La mañana había amanecido con el cielo cubierto por un gris casi melancólico. Paula se miró en el espejo con la misma expresión apagada que llevaba días arrastrando, aunque por dentro un leve cambio se asomaba como una semilla recién plantada: la decisión de no mirar atrás.
Después del escándalo, la vergüenza y el dolor vivido en aquella celebración, empezaba a sentir el atisbo de una pequeña e incómoda libertad. Libertad de llorar cuando quisiera, de no tener que fingir, y de reconstruirse desde las ruinas, que desgraciado de Rodrigo había dejado en su corazón.
Se puso una chaqueta sencilla y tomó su bolso. Tenía que ir al estudio, debía revisar algunos documentos, y pasar por la heladería que se había vuelto su lugar de terapia. El sabor de “frutilla salvaje” se había ganado su fidelidad emocional en los últimos días.
Bajó por el ascensor de su edificio sin una gota de maquillaje y con la determinación de ignorar cualquier mensaje de Rodrigo, desde que cancelo las cuentas mancomunadas estos no dejaban de llegar.
Paula todavía no entendía como, con el reloj que llevaba puesto ese día, podía venir a reclamar que lo haya dejado sin un centavo, como si cada billete depositado en esas cuentas hubieran sido depositados por él.
Al salir a la calle, se puso los lentes de sol, no tanto por el clima, sino por el deseo de ocultar lo que sus ojos aún no lograban disimular, aquella tristeza incrustada como una sombra en su corazón.
Al doblar la esquina, lo vio. O, mejor dicho, lo escuchó.
--¿De verdad vas a hacerme devolver esto por correo certificado? – era una voz tan masculina que le arrancó un escalofrío antes de girar completamente. Esa misma voz que aquella noche la amo hasta agotar... aunque debería decir que fue ella quien lo agotó.
Santiago Soler estaba allí, sentado en la misma mesa que estaba en la terraza del café frente al estudio, apoyado con descaro en la silla más cercana al ventanal. En su mano, sostenía su zapato rojo como un trofeo de guerra. Esta vez estaba vestido con unos jeans oscuros, una camisa remangada y unos zapatos muy casuales, parecía que ese hombre no tenía intenciones de trabajar.
Pero ese gesto insolente que Paula ya había aprendido a identificar como parte de su ADN, la ponía, aunque ella quería ocultar demasiado nerviosa.
-- ¡Tú! ¿me estás siguiendo? – fue lo único que logró decir, cruzándose de brazos mientras sus pasos se acercaban al punto de no retorno.
-- ¿Yo? No es lo que piensas mujer. Solo vine para devolverte algo que perdiste en mi habitación – le dijo y levantó la mano donde sostenía su zapato. Paula no pudo evitar sonrojarse. – Claro, también vine por el café, al parecer es el mejor de la ciudad. Así dicen todos, que los lugares cercanos a un juzgado son los mejores para ver dramas en vivo – bromeó él, imaginando que Paula trabajaba en el juzgado de paz que estaba cerca a ellos.
-- Yo no trabajo en el juzgado – le respondió ella consiguiendo que el frunciera el ceño, nunca se había equivocado con respecto al trabajo de una mujer, esta era la primera vez y eso lo confundió. -- Trabajo en un estudio. ¿Y ese zapato? ¿Lo llevas a todas partes por si reconoces algún pie? –
-- Eso solo lo haría si fuera el príncipe azul, pero no lo soy. Aunque sigo pensando que tú eres una Cenicienta – le dijo consiguiendo que ella se sonroje. -- Pero la verdad es que sólo estaba esperando que volvieras por él – lo señalo.
Paula lo miró, ladeando la cabeza con gesto escéptico.
-- No esperaba volver a verte por acá – le dijo ella. no le parecía raro encontrarse con un abogado en aquel café, por estar tan cerca al juzgado muchos concurrían a él. Pero volver a ver al hombre con el que pasó aquella noche, eso si era un poco extraño.
-- Yo sí – le respondió él, sin rodeos.
Paula dudó. El impulso de irse se mezclaba con una curiosidad incómoda. ¿Quién era este hombre que aparecía sin invitación, que no pedía disculpas por invadir su espacio emocional y que, sin embargo, no le provocaba rechazo?
Se sentó sin pedir permiso. El zapato descansaba ahora en su regazo, casi como un trofeo de guerra absurdo, o podría decir mejor un trofeo de amor... Santiago pidió dos cafés. Ella no lo detuvo. Un minuto después, una camarera dejó las tazas humeantes sobre la mesa.
-- ¿Qué haces aquí realmente? – le preguntó Paula al fin. -- Y no me digas que pasabas por casualidad. Porque no te creo – él la miró por un segundo, no podía decirle a nadie lo que, hacia allí, solo él lo sabía. Pero desde que llegó al país, estaba haciéndole un seguimiento al estudio que atacó a su abuelo y lo metió a la cárcel injustamente años atrás... al estudio del ex juez Federico Oregón, el abuelo de Paula.
-- Estoy por cerrar un caso en esta zona. Pensé que un café podía mejorar la estrategia – le respondió un momento después.
-- ¿Siempre eres así de... persistente? –
-- ¿Así cómo? –
-- Así de molesto. De insistente. De... invasivo – ella no le creyó nada en absoluto, el único estudio de abogados cerca de ahí era el suyo y Santiago Soler no se había presentado en él, si lo hubiera hecho, ella lo recordaría.
-- ¿Y tú siempre tan rápida para juzgar? –
Ambos se miraron por unos segundos, algunos más de la cuenta. La conversación parecía un duelo de esgrima verbal: elegante, punzante, contenido.
-- No me gusta perder el control, ¿sabes? – le dijo Paula, como si la frase le costara más que el café amargo que acababa de probar.
-- Tampoco a mí. Por eso investigo bien antes de actuar –
-- ¿Eso fue una amenaza o un cumplido? –
-- Ninguno de los dos mujer... fue una confesión. Digamos que después de aquella noche... me quedé con más preguntas que respuestas –
Ella desvió la mirada. Recordar aquella noche en el hotel, el despechó que sentía, la desilusión, el vodka, la puerta equivocada. Su vida cayéndose a pedazos mientras atormentaba en la cama a un desconocido.
-- No me interesa hablar de eso –
-- Está bien, si eso prefieres. Yo lo respeto – le dijo él, sincero por primera vez. -- Pero si algún día quieres... yo sí tengo ganas de saber por qué terminamos en la misma habitación –
Paula sonrió. Por primera vez, de verdad. Una carcajada breve pero genuina. No recordaba cuándo había sido la última.
-- Estás loco –
-- Un poco. Pero sólo cuando algo me intriga –
-- ¿Y yo te intrigo? –
-- Mucho más de lo que pensaba –
Se hizo un nuevo silencio. Esta vez, cargado de posibilidades. Paula bebió otro sorbo. Santiago también. Las tazas ya no humeaban, pero la tensión sí.
-- Me tengo que ir – le dijo ella, al fin, levantándose. – Gracias por el café. Y por... el zapato –
-- No hay de qué. ¿Espero que nos veamos de nuevo? –
Ella no respondió. Sólo se encogió de hombros antes de girar sobre sus tacones. Pero mientras caminaba, no pudo evitar mirar hacia atrás.
Él seguía ahí, con la mirada clavada en ella. Como si ya supiera que sí, que se volverían a ver. Y que cada encuentro sería un paso más en la línea delgada entre la verdad y el deseo.
Esa noche, Paula revisó su celular antes de dormir. Tenía un mensaje nuevo, sin nombre.
** “Sigo pensando que te queda mejor el zapato izquierdo. El derecho te hace caminar con miedo. Buenas noches, Cenicienta.” **
No supo si sonreír o llorar. Así que apagó la luz y decidió no hacer ninguna de las dos, solo cerró sus ojos intentando dormir.
En otro rincón de la ciudad, Santiago revisaba una carpeta con el nombre “GREEN” en letras mayúsculas. Tenía fechas, fotos, documentos antiguos. Y en una de las imágenes más viejas, la cara del juez Federico Green, el hombre que años atrás había arruinado la vida de su familia, el hombre estaba con su familia.
Santiago revisó bien aquella fotografía que antes no le llamaba la atención, pero que, al ver a una niña con el rostro parecido al de Paula su animó cambio. El abogado tuvo que abrir los documentos para descubrir una realidad.
Luego cerró la carpeta con cuidado.
-- ¡Qué irónico! – susurró para sí. -- La nieta del maldito verdugo –
Miró el teléfono. El mensaje ya había sido entregado.
A veces, la vida te pone justo enfrente de lo que más odias... para ver si eres capaz de perdonarlo o destruirlo.