2. Después...

Capítulo 2. Después de la tormenta... ¿Viene la calma?

A la mañana siguiente, Paula despertó con la boca seca, la cabeza retumbando y un vago recuerdo de haber golpeado a alguien con un almohadón cuando le pidió un segundo para descansar, pero ella se encargo de que no sea asi.

Llevó su hombría a sus labios y se encargo de revivirla, de una manera que no sabía que podía hacer, Rodrigo siempre le pidió sexo oral, sin embargo, ella nunca quiso dárselo, pero ahora, no solo se lo dio, fue el mejor sexo oral que alguna vez tuvo ese desconocido.

Solo de recordarlo Paula se sonrojo, la habitación donde despertó era extraña. Muy extraña.

Cada aniversario Rodrigo siempre reservaba la misma suite, la misma donde se conocieron luego de una borrachera y donde pasaron su luna de miel, luego de casarse seis meses después. Pero este lugar no se parecía en nada a esa habitación.

Esto más bien parecía una de esas suites especiales, reservada solo para personas importantes... y fue entonces cuando lo vio.

El hombre de la toalla, ahora vestido, estaba sentado en un sillón con una taza de café y una expresión entre divertida y traumatizada, mirando a la jovencita que prácticamente había abusado de él, hablando en sentido figurado... pero lo que hizo anoche fue mucho más que un simple abuso.

-- Buenos días... Paula, ¿no? – le dijo y ella se sonrojo al ver al extraño sentado ahí, mirándola con diversión.

Las imágenes de lo que hizo anoche comenzaban a aparecer en su mente, cada posición, cada golpe, cada insulto y lo más importante, cada sexo oral que le hizo para que continue en acción... “Maldición” dijo Paula y se incorporó de golpe.

-- ¡¿Quién eres tú?!, y ¿por qué estás en mi habitación? – él levantó la taza, no sabía si debía sonreír o aplaudir a la mujer que estaba frente a él. Paula se mostraba completamente desnuda, la hombría del hombre había vuelto a despertar solo de ver su cuerpo desnudo frente a él.

-- Santiago Soler. Soy abogado y huésped de esta habitación. Y según lo que entiendo, tu víctima accidental de anoche –

Paula se tapó la cara con ambas manos, sentía el calor subir por su cuerpo hasta posarse en sus mejillas, de pronto se dio cuenta. Estaba completamente desnuda.

-- ¡Oh, Dios...! – murmuró y jalo una sábana de la cama para cubrir su desnudez.

-- Dime que no hicimos nada – Santiago soltó una carcajada al oírla, nada no era precisamente la definición para lo que pasó en esa habitación durante toda la noche.

– podrías no reírte – le dijo ella, pero su pregunta estaba de más. Ella misma había recibido todas imágenes en tres D en su mente momentos atrás.

-- Lo siento, pero depende de tu definición de "nada" lo que pasó durante toda la noche entre nosotros dos... – ella se sonrojó y Santiago comprendió que sabía más de lo que preguntaba.

-- Me besaste, me insultaste, me diste una bofetada, me acusaste de ser un "saboteador de bragas de encaje", me hiciste... – él se quedó mirando el rostro sonrojado de la joven y decidió callar. No tocaría el tema sexual con ella.

-- ... y te dormiste sobre mi estómago. En ese orden – terminó. Paula quería morirse del horror. Ambos sabían muy bien todo lo que pasó en esa habitación, sin embargo, estaba agradecida de que no lo mencionara en la conversación. Eso decía que era un hombre en todo el sentido de la palabra y que seguro no comentaría nada de lo ocurrido con nadie.

Pero eso no quitaba que ella quería morirse de la vergüenza. Literalmente evaporarse en el aire.

-- Me voy – dijo luego de unos segundos.

-- Te recomiendo que antes te pongas algo más que esa sábana, no creo que este bien que andes desnuda por todo el hotel – dijo él.

Paula miró hacia abajo. Ella se había puesto esa sabana porque estaba desnuda frente a él, pero no pensaba salir asi... la joven soltó un grito ahogado, tomó sus cosas a toda velocidad, se metió en el baño, no recuerda cómo se puso el vestido que anoche utilizaba, luego salió corriendo de la habitación sin mirar atrás.

Santiago bebió otro sorbo de café y sonrió. Esa mujer definitivamente lo había conquistado, y eso era algo extraño en él... demasiado.

-- Definitivamente, esta ciudad no será tan aburrida como pensaba – susurró antes de terminar su café y levantarse de su lugar.

Paula caminaba por el pasillo del hotel como un vendaval en retirada, con el cierre del vestido sin subir mientras intentaba que no se escapara de su cuerpo y las emociones estrangulándole el pecho. No recordaba cuál era su habitación, sabía que había tomado una cerca a la suite que siempre utiliza con su esposo. Pasó frente a una señora mayor que la miró con una mezcla de escándalo y solidaridad. Un botones le ofreció su ayuda, mostrándole cuál era su habitación, la abrió con una tarjeta especial y la dejó ingresar.

Una vez dentro, se encorvó contra la pared de espejos y dejó que la vergüenza la inundara como una ola de agua helada. Tenía que salir de ahí antes de que alguien la reconociera o peor aún, antes de que su ahora oficialmente exmarido hiciera un escándalo en redes por verla en esa situación, cosa que estaba segura sería capaz de hacer con tal de salvar su espantoso nombre.

-- Dos años... – murmuró, apretando los dientes. -- Dos años de aguantar sus manías, sus risas falsas, su “cariño” con las recepcionistas, sus viajes de negocios sospechosamente largos... ¡Y todo para que la muy idiota se aparezca en mi cena de aniversario a anunciar su embarazo como si fuera un maldito brindis! – susurró, mientras se lanzaba sobre la cama.

Una vez allí se dio cuenta de que su cuerpo estaba adolorida, ¿Y como no? Pensaba... con todas las cosas que hizo durante toda la noche y parte de la madrugada había saciado su sed sexual, ahora solo quería darse una ducha y alejarse de allí... de ese tal Santiago Soler que la había hecho hacer locuras.

Un par de horas después, luego de haber pedido una muda completa a la boutique del hotel, ya bañada, vestida y con unas ojeras monumentales, bajó a la recepción para pedir discretamente un taxi.

Esperaba pasar desapercibida, pero el destino... siempre amante del humor cruel, le tenía una ingrata sorpresa.

-- Señorita Paula – dijo una voz masculina a su derecha.

Ella se giró como si le hubieran dicho que había una cucaracha sobre su hombro.

Era Santiago. Llevaba un traje gris sin corbata, el cabello ligeramente húmedo, y esa expresión juguetona que Paula ya estaba comenzando a identificar como su cara estándar.

-- ¿En serio? – se burló ella. -- ¿Me vas a perseguir ahora? –

-- ¡Oh no!, ¡no!  Yo solo... me encontré esto – le dijo mostrándole unas diminutas bragas de color rojo.  -- Son tuyas, ¿no? – le preguntó sabiendo que obviamente eran de ella.

Paula la tomó de un manotazo y se la metió en su bolsillo antes de que alguien más las pudiera ver. Claro que eran suyas, ¿de quién más podrían ser?

Ahora lo único que quería era salir corriendo de allí, con el rostro visiblemente avergonzado y su dignidad por los suelos. Odiaba a su esposo y odiaba más a esa mujer desgraciada que estaba esperando un hijo de él.

-- Ya estás feliz, ahora sí ¿puedes dejarme en paz? –

Santiago levantó las manos, retrocediendo con gracia, le gustaba Paula y le gustaba más lo que provocaba en él.

-- No quiero interrumpir tu resaca emocional. Pero por cierto... dejaste un zapato bajo mi cama – ella se miró los pies con las sandalias nuevas que había tenido que comprar, ahora entendía porque no encontraba su otro zapato.

-- Quien crees que soy “la cenicienta” – se defendió, aun cuando sabía que estaba perdida, pues al igual que el personaje del cuento, ella escapó dejando su zapato en la habitación de él, antes de que alguien más notara su pecado.

-- Técnicamente podría decir que una cenicienta borracha, sí. Pero sin el final feliz... todavía –

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