Después de salir del bar, Julieta intentó tomar un taxi a toda prisa.
Sin embargo, tal vez por mala suerte, o porque había menos taxis a esa hora, no vio ni uno solo por un tiempo.
Justo cuando empezaba a sentirse ansiosa, una voz baja y ronca sonó detrás de ella.
—¿Julieta? ¿Eres tú?
Esa voz familiar la llamó por su antiguo nombre, haciendo que se quedara inmóvil.
—Julieta —Leandro volvió a llamarla.
Él se acercó para enfrentarla, con su mirada profunda fijada firmemente en ella y sus labios finos temblando mientras preguntaba:
—Eres tú, ¿verdad?
Julieta no se atrevió a encontrarse con su mirada. Tragó saliva, suprimió el pánico y respondió con indiferencia:
—Lo siento, señor, me ha confundido con otra persona.
¿Se había confundido?
Leandro se detuvo por un momento, mirando a la mujer delante de él con incredulidad.
Era esa mujer, con la que había estado vinculado durante más de una década y la que le había apuñalado el corazón con un cuchillo. ¿Cómo podría confundirla con otra per