6. Adaptación

Ya han pasado dos semanas desde que llegué a casa, me gustaría decir que todo ha mejorado, pero no es así, me siento en punto muerto con mis padres.

A lo que he podido ver en todo este tiempo es que mi madre es una persona completamente superficial, y mi padre es tan reservado que tendría que amenazarlo con un tenedor para que suelte más de 10 palabras consecutivas.

Es domingo, estamos en la iglesia, como me lo dijeron todos los domingos, miércoles y viernes venimos a las misas, le conté a mi madre mis hábitos de rezo en el convento, así que venimos como 3 veces a la iglesia al día a rezar, a partir de la siguiente semana me tocará venir sola y sinceramente estoy algo emocionada de tener tiempo a solas.

La misa se termina y como siempre se arman los grupitos a la salida que se ponen a platicar.

— ¡Nora! ¡Hola! - una mujer que en ninguna de las veces anteriores había visto se acerca a mi madre que está colgada del brazo de mi padre, cuando mira a la mujer de cabello negro y largo suelta a mi padre y se acerca a ella para abrazarla.

— Hola, Marifer, ya regresaron de sus vacaciones... que rápido. - la mujer se encoge de hombros y sonríe.

— Michael se enfermó, tuvimos que regresar antes.

— Nosotros hemos planeado ir un montón de veces, pero por algún motivo nunca podemos, esperamos poder ir por lo menos un mes...

Mi madre comienza a balbucear y se va a escuchar mal, pero sinceramente me cae tan mal cuando hace eso, si una persona dice que se va a ir de vacaciones a tal lado ella piensa ir pronto, si alguien encontró unas cortinas bellísimas en oferta ella también las miro, pero encontró unas mejor, si alguien piensa remodelar su casa, que sorpresa ¡ella también piensa hacerlo! Suspiro pesadamente, siempre es lo mismo, escucharla jugando a "mi casa es más grande que la tuya"

Por mi pesado suspiro la mujer con la que conversa mi madre me voltea a ver, parece algo incómoda de que esté aquí en la conversación cuando claramente soy una desconocida para ella, mi madre se da cuenta de la dirección de su mirada, así que me toma del brazo para acercarme a ella.

— Oh, Marifer ella es mi hija Dania. - le tiendo la mano para saludarla, ella hace lo mismo y nos damos un ligero apretón, las cejas de la mujer casi llegan al nacimiento de su pelo.

— ¿Una hija? ¿¡Pero cómo?! ¿La adoptaste?

— No. - mi madre se echa a reír divertida. — Desde muy pequeña la mandamos a un convento, creíamos que la educación ahí sería mucho mejor además de inculcarle el camino del señor desde muy chica.

Aprieto la mandíbula, miro a mi madre de una manera fugaz, la mujer se da cuenta de mi actitud, así que comienza a preguntarle a mi madre sobre otras cosas, me separo de ella en cuanto suelta mi brazo y me alejó de donde están.

No quiero escucharla, no quiero ser testigo de sus mentiras, todos sabemos que la razón por la que terminará en ese convento fue muy distinta a la que ella dijo a esa mujer.

— Hola, Dania, ¿Por qué no estás con tus padres? - una voz femenina me llama, un grupo de integrantes de la iglesia están justo en la entrada, no me había percatado que me detuve algo cerca de ellos.

— No vez que está con Marifer... hasta yo huyera de esa mujer, ha de estar presumiendo otro de sus nuevos viajes.

Otra mujer habla, yo solo sonrió un poco incómoda, la abadesa Gloria tenía razón, fuera del convento todo es tan diferente lo que me sorprende más que nada, es la gente, dentro de ese templo se saludan con amabilidad y compañerismo, pero saliendo por esas puertas se crean grupos para hablar de unos contra otros.

Un auto muy elegante se estaciona al otro lado de la calle, frente a un edificio un tanto interesante, es todo negro con dos puertas con el marco rojo alrededor, el hombre pasa lo que parece ser una tarjeta y entra en el interior del misterioso edificio, subo la mirada y noto muchos vidrios completamente polarizados.

— ¿Qué es ese lugar? - pregunto con curiosidad, ya que a pesar de venir tantas veces a la iglesia no le había puesto atención a ese edificio, cuando nos marchamos no tomamos esta salida, todas las cabezas se giran para verme.

— ¿No sabes? Es un nido de pecado... donde los hombres van a comprar compañía y las mujeres venden sus caricias. - oh, un prostíbulo. ¿¡frente a la iglesia?!

— No mires tanto para allá, si buscas el pecado, te encontrará.

Arrugó la frente y miro raro a la chica, ya ni yo que vengo de vivir casi buena parte de mi vida en un convento me expresó de esa manera, la ignoro y sigo observando al curioso lugar, es misterioso tanto como enigmático, el color negro es tan profundo que parece tragarse los rayos del sol.

De pronto la puerta se abre y de ella salen un par de hombres con traje, incluso a la distancia se miran imponentes y podría decir que, hasta peligrosos, se mantienen en la acera uno de ellos con un rostro de seriedad total mientras mira su celular y el otro todo sonrisas, él levanta la mirada en dirección a la iglesia, nuestras miradas se encuentran y siento un tirón en el pecho después de un escalofrío que me recorre el cuerpo.

— Dania...

Rompo el contacto visual con el hombre, parpadeo un par de veces y le pongo atención al hombre que esta tras de mí, mantiene sus manos en los bolsillos de su traje color café oscuro, Jerry.

— ¿Si? - le respondo con frialdad, él saca una de sus manos del pantalón y se rasca la nuca, sus ojos color miel se posan en los míos y yo aparto la mirada de inmediato.

— Yo lamento lo de... hace años, estaba fuera de mí, ese no era yo y... - levanto una mano para que se detenga.

— No me interesa remover el pasado Jerry, te perdonó, pero eso no quiere decir que voy a olvidarlo, no me interesa tener una amistad estrecha contigo, así que esperó que respetes eso. - noto como él asiente lentamente.

— De acuerdo... yo lo entiendo, ahora soy un hombre de bien, he confesado mi pecado hace tiempo y el padre me aconsejó disculparme cuando tuviera oportunidad, así que aquí estoy.

Levanto la mirada y veo a mi padre y madre a la distancia buscándome con desespero con la mirada.

— Mis padres me buscan, hasta luego Jerry.

No me espero a que me responda, paso a un lado de él y me acerco a mis padres quienes al verme se les tranquiliza el semblante, los tres caminamos de regreso a casa.

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