ASHTON GARDNER
Estaba en la entrada de la casa, con el café en una mano y Liss en la otra. La mañana era perfecta, si ignorábamos el detalle de que Ethan seguía caminando por mi casa como si fuera un maldito spa familiar.
La noche había sido maravillosa, llena de pasión y el cuerpo de Liss retorciéndose debajo de mí, y la mañana había sido igual de perfecta con ella en mis brazos.
—Llegaron las maletas del señor Ethan —anunció William mientras bajaba del auto con dos valijas enormes.
—Gracias, Will —respondí, soltando un suspiro resignado—. ¿Cómo alguien puede viajar con tanta ropa si usa siempre los mismos dos bóxers?
William se encogió de hombros y le entregó el equipaje a uno de los chicos de la casa. Luego me miró con esa cara que decía “no me pagas lo suficiente para aguantar a tu primo”, y se fue directo al garaje.
Giré hacia Ethan, que apareció bajando con el pelo mojado, una camisa mal abotonada y esa sonrisa de idiota con complejo de galán.
—Ethan, vístete. Como persona norma