Bastian
Miré a Laurel y entorné los ojos con hastío. Estaba harto. Lo único que deseaba era ir por mi tulipán, pero esta mujer no paraba de hacer pruebas con ese antídoto.
—Esto te va a debilitar mucho, pero necesito hacerlo —dijo mientras echaba polvo azul en sus manos.
No pude evitar sentirme aterrado al ver esa sustancia tan cerca de mí. Ahora entendía el miedo de Zebela, pues ese polvo era una maldita prisión, peor que el acónito.
Fue frustrante sentirme atrapado en mi propio cuerpo, esa sensación de ahogo, la pérdida de autonomía y la incertidumbre de no estar en ningún lugar en específico. Ese infierno no se lo deseaba a nadie.
Nunca le había tenido tanto miedo a envenenarme, al menos hasta ese día.
Sopló un poco sobre mí y me tambaleé; sin embargo, no sentí la familiar debilidad de las veces anteriores. Porque sí, llevaba unos cuatro días siendo el experimento de esta mujer. De alguna manera, sus hombres habían conseguido un pedazo de la dichosa piedra, y ella preparó la sustan