El cielo de Theros estaba cubierto por una capa de nubes grises, pesadas como presagios. El aire estaba quieto, denso, como si el mundo entero contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder. En los corredores superiores del ala este, donde las piedras antiguas guardaban secretos de generaciones pasadas, Violeta caminaba con paso firme, su capa negra ondeando como un presagio fúbrico. Cada paso era una declaración de guerra silenciosa, una reafirmación de que no volvería a ser la víctima de nadie. Había convocado a Elian Thorne. No con una carta, no con un decreto. Lo había hecho en persona, mirándolo a los ojos, obligándolo a aceptar.
—Esta noche. En la Torre de los Arcos. Donde nadie pueda fingir ignorancia ni escapar de la verdad.
Elian había asentido con gesto tenso. Sus labios apretados, su mirada baja. Sus dedos temblaron apenas cuando se despidió de ella. Sabía que el fin de su papel de sombra había llegado. Y quizá, en el fondo, sabía que no saldría vivo de esa conver